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Si Valentín levantara la cabeza Si Valentín levantara la cabeza

Si Valentín levantara la cabeza

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Javier Silvestre

Si Valentín levantara la cabeza pediría que le volviesen a ejecutar. Este sacerdote que el 14 de febrero del año 270 fue sentenciado a muerte por el emperador Claudio II era un antisistema en toda regla. Se saltó la prohibición impuesta por Roma que impedía casar a los jóvenes enamorados. Consideraban los senadores que el amor distraía a los patricios solteros, que preferían disfrutar de la vida y formar una familia antes que ser soldados. Y eso no era bueno para el imperio, está claro.

Ahora las cosas han cambiado y mucho. Si Valentín estuviese casando a gente este 14 de febrero de 2021 se encontraría de todo. Lo primero, que no tendría mucho trabajo ya que, con la pandemia, el número de bodas que se celebran ha caído más de un 60%. Las pocas que se llevan a cabo lo hacen en la semi-clandestinidad. Además, el pobre sacerdote se jugaría la reputación y es que cualquier vídeo que se grabase durante el convite podría acabar abriendo informativos por no haber respetado al milímetro las normas sanitarias (que todo el mundo incumple después en sus casas).

Se asombraría Valentín de la edad de las parejas que se casan hoy en día. En España al menos, la edad media para dar el sí, quiero es de 35 años en las mujeres y de 38 en los hombres. A esa edad, en la antigua Roma, con suerte seguirían vivos sin haber perecido antes en una guerra o fruto de una enfermedad cualquiera. Valentín estaría casando a gente con la edad de sus padres, seguramente. 

También le sorprendería al sacerdote de la incipiente Iglesia que ahora podría casar a hombres con hombres y a mujeres con mujeres. Más por un tema legal que por un tema carnal, ya que es bien sabido que la homosexualidad siempre ha estado presente en todas las antiguas civilizaciones donde incluso se consideraba un acto de belleza que un joven retozase con su maestro. 

De tema descendencia mejor ni hablamos. Los que antes serían pequeños diablillos que corretearían por doquier se han transformado ahora en seres hipnotizados mirando una pequeña pantalla que no paran de tocar con sus minúsculos dedos. Ni pestañean, ni se mueven… Eso por no hablar del estado de terror en el que viven unos progenitores temerosos de levantar la voz a sus retoños por si acaban perdiendo la custodia de los mismos. 

Valentín, al final, estaría más tiempo firmando papeles y pagando impuestos que oficiando las bodas. Tendría que rellenar una docena de formularios online acompañados de su correspondiente tributación para alimentar a este nuevo Imperio en el que le ha tocado vivir. El impuesto de uso de espacio público del distrito, un cánon municipal para el Ayuntamiento, el gravámen comarcal de tratamiento de residuos, la partida para la Diputación Provincial, las arras autonómicas, la tributación estatal para los actos de aceptación de las uniones civiles y, si te descuidas, un aporte solidario por la huella medioambiental de CO2 que generaría el casamiento.

Lo que más desesperaría a Valentín sería encontrarse, boda tras boda, con parejas que había casado tiempo atrás con tanta ilusión y que ahora vendrían con nuevas adquisiciones sentimentales. El amor ahora dura un pestañeo y casarse es un postureo, pensaría el sacerdote sin ir demasiado desencaminado. 

Si Valentín levantara la cabeza...