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Terrorismo informativo Terrorismo informativo

Terrorismo informativo

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Javier Silvestre

Un grupo de negacionistas asaltaba y acosaba en plena calle al presentador de Mediaset Jorge Javier Vázquez al grito de “terrorista informativo”. Durante casi tres minutos le persiguen por el centro de Madrid exigiéndole que Telecinco diga la verdad sobre la covid 19 y las a-todas-luces-ineficaces vacunas. Es una situación grotesca de dos ciudadanos que creyéndose poseedores de la razón absoluta anteponen supercherías vomitadas en grupos de Telegram a datos científicos (o si me apuran, estadísticos).

El mismo escrache es el que sufren los medios de comunicación que alertan, desde hace dos semanas ya, de lo que les decían algunos científicos: que la cosa se estaba poniendo fea. Y se ha puesto. No hay más debate al respecto. Yo jamás he tenido a tanta gente confinada en su casa con coronavirus en dos años de pandemia como en esta última semana. Mi Instagram se ha llenado estos días de gente que cenaba sola en su casa y de fotos de los codiciados tests de antígenos con una delatadora raya doble. 

Los datos parecen indicar que la variante Ómicron es entre diez y veinte veces más contagiosa, pero también es cierto que la letalidad se sitúa -en Sudáfrica, donde se descubrió la nueva variante- en un 0,22%. Es decir, dos muertos por cada mil infectados en un país con un índice de vacunación del 26% de la población. Así las cosas, ¿debe de preocuparnos esta nueva cepa?

La respuesta es sí y no. No, porque estando vacunados y sin patologías previas es remotamente improbable que la Ómicron nos cause molestias más allá de un gripazo de tres o cuatro días. Y sí, porque la alta transmisión del virus vuelve a poner en jaque tanto a la atención primaria y urgencias hospitalarias, como a la rueda de la economía que no está para afrontar nuevos confinamientos y frenazos pandémicos.

Dicho esto hablemos de quién hace realmente terrorismo informativo. Podríamos empezar por los medios de comunicación que consultan sistemáticamente a esos científicos de cabecera en busca del titular más apocalíptico posible. Los reconocerán porque usan palabras como "tsunami de contagios" o "explosión vírica". Rehuyen de los científicos que les dicen “es demasiado pronto para sacar conclusiones” o el humilde “no lo sé” de los grandes eruditos. También son terroristas aquellos programas que apuntan con el dedo al ciudadano por no someterse a la dictadura de la mascarilla en exteriores, pero que montan tertulias con seis expertos-de-lo-que-sea en un plató del tamaño del bar Gregori.

Otro grupo de terroristas informativos peligrosísimo son ciertos sanitarios. Los que casualmente están siempre concediendo entrevistas a todas las televisiones, desgañitándose altavoz en mano a las puertas del centro de salud y lanzando proclamas políticas en defensa de la sanidad pública en sus cuentas de Twitter. Convierten lo que es una más que justa reivindicación en todo un mítin electoral que siempre apunta en la misma dirección olvidando deliberadamente a otros responsables. Las mismas redes sociales que los ensalzan acaban desenmascarandolos horas más tarde. Hacen un flaco favor a sus compañeros sanitarios que, me consta, preferirían que estuviesen dando el callo dentro del ambulatorio a estar a todas horas poniendo el grito en el cielo. 

Y como máximos responsables del terrorismo informativo, cómo no, están los políticos. Con un Gobierno que basa sus decisiones pandémicas en un comité científico que luego admite no tener; que obliga a que nos pongamos mascarilla al cruzar el viaducto basándose en una encuesta a mil personas; que tiene como director de Emergencias a un médico que no ha acertado ni una en dos años (pero que sigue ocupando su cargo). Además de 17 mini-emperadores con poder para tomar decisiones diametralmente opuestas entre comunidades fronterizas y que han demostrado ser unos auténticos inútiles para frenar olas anteriores pero tremendamente eficaces para arruinar a familias enteras mientras ellos se siguen subiendo el sueldo. 

El terrorismo informativo de los medios, creanme, no es más que el fiel reflejo de lo que nos hacen llegar las fuentes de información. Unas fuentes que son, en la mayoría de los casos, malintencionadas, políticamente interesadas y demostradamente incompetentes. Aún así, entono el mea culpa