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Hasta mañana Hasta mañana
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Juan Cañada

Durante unos días he tenido la oportunidad de visitar la residencia de personas mayores del Hogar San José de Teruel, tan maravillosamente gestionada por las Hermanitas de los Ancianos Desamparados. En todas las ocasiones, cuando me disponía a salir, dos residentes se acercaban y se despedían con mucho afecto: uno de ellos con un “buenos días” y otro con un “hasta mañana”. Ambos me miraban con una expresión limpia y honesta, y con la seguridad de que deseaban volver a verme al día siguiente.

En esas visitas, la memoria se ha activado y me ha hecho recordar cómo mi madre solía ir casi a diario a darle de comer a mi tía Rosa, una hermana de mi abuela que se quedó viuda muy joven y cuyo único hijo -mi padrino- murió en un accidente de coche cuando iba a trabajar. ¡Qué pena! No tendría más de veinticinco años y estaba a punto de casarse; además, iba a ser ascendido a director de una oficina de la Caja de Ahorros. Toda una vida por delante, truncada por el hielo de la carretera.

Cuando mi tía Rosa falleció, mi madre ya conocía a muchas de las residentes y a casi todas las hermanas y cuidadoras, por lo que decidió seguir prestando ese pequeño servicio: dar de comer a quien no tiene la posibilidad de hacerlo por sí mismo.

Más tarde, cuando falleció mi madre, les llevé un andador, unas zapatillas recién compradas y alguna cosa más. Lo agradecieron muchísimo, y estoy seguro de que todo lo habrán aprovechado muy bien.

Ahora, una persona mayor se despide de mi todos los días que voy con un “hasta mañana”. No sé si es que está esperando a que me haga un poco más mayor para poder vivir con ellos y contarles historias de África o de mis tiempos de profesor. O tal vez esperan que les volvamos a cantar alguna jotica, como hicimos en su día varios compañeros de canto.

Pensar en las personas mayores me hace recordar a tantos que han pasado por mi vida: mis abuelos; las vecinas de la calle de El Salvador, doña Pura y la señora Mari; mis maestras, las señoritas Navarrete; el vecino cascarrabias que amenazaba a los niños con una escopeta de cartuchos de sal; o aquel que quedó tumbado en el arcén de una carretera, muerto de frío; o el que, de vez en cuando, venía a casa para que le diéramos algo de comer. Para él, mi madre siempre tenía pan y cualquier otra cosa de la despensa.

Lo siento, me he puesto melancólico y no pretendía transmitir tristeza, todo lo contrario. Solo quiero recordarles que hay personas mayores que nos dicen “hasta mañana”, que desean ver rostros nuevos de vez en cuando y que les transmitan alegría y ganas de vivir, para que los días no sean monótonos y largos, sino alegres y entretenidos. Qué bonito es trabajar y hacer todo lo posible por intentar hacer felices a los demás.