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Hiperconectados y mucho más Hiperconectados y mucho más
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Hiperconectados y mucho más

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Beatriz Izquierdo
Querido lector: con demasiada frecuencia escucho a la gente hablar mal de nuestros más jóvenes y tengo que reconocer que no me gusta. Mucho menos si la crítica proviene de gente que busca protegerlos. 

Es cierto que nuestros menores pasan mucho tiempo conectados a la tecnología y encuentran en ella riesgos de contenido, de contacto y de conducta frente a los que debemos tratar de salvaguardarlos (y, de hecho, estamos tratando de buscar soluciones). Pero esto no nos legitima para hablar de ellos como si sólo fueran niños hiperconectados que no saben hacer otra cosa. No creo que ello sea justo.

Entre nuestros jóvenes están, por ejemplo, aquellos con los que me crucé hace unos meses en uno de mis viajes en tren. Eran los únicos pasajeros del vagón que no iban pendientes de sus móviles u ordenadores, al contrario que el resto de los adultos. Esos fantásticos jóvenes encontraron tiempo para prestar atención a una adorable octogenaria que había resultado ser su compañera de mesa y que tenía ganas de conversar. Y no sólo conversaron amigablemente con ella, sino que terminaron ayudándola porque les comentó que, en ocasiones, encontraba dificultades para usar su teléfono móvil.

Esos menores parecían estar más conectados a la vida que el resto de los pasajeros y utilizaron sus habilidades tecnológicas para ayudar a la que podía ser su abuela. Ahí mismo, delante de mí, se desdibujaba, con mucha ternura y mucha educación, la llamada “brecha digital”. 

Pensé en los padres de esos chicos y en lo orgullosos que deberían estar de ellos. Me habría encantado poder decírselo y, entonces, me pregunté: si ellos hubieran estado viajando en mi vagón, ¿se habrían dado cuenta de lo que pasaba o su conexión a sus móviles y ordenadores les habría privado de poder disfrutar de sus hijos? 
Deseo de corazón que nuestra propia hiperconexión no nos prive de ver y disfrutar de la realidad de nuestros jóvenes en toda su extensión. 
¡Hasta la próxima columna, querido adulto responsable!