Por sorprendente que parezca, a mis cincuenta años nunca me he hecho una revisión ginecológica. Ni una citología, ni una mamografía… nada. Una vez quisieron hacerme una ecografía y el circo que se montó fue tremendo: los celadores no sabían transferirme a la camilla/potro de tortura, y cuando lo consiguieron, me resbalaba y las piernas no encajaban en aquel mamotreto… me fui a casa frustrada y desolada.
En teoría, el derecho a la salud es universal. En la práctica, mi pertrechado cuerpo no cabe en una camilla, ni en los protocolos, ni en la imaginación de la mayoría de los médicos.
Se preguntarán por qué no insisto, por qué no busco “una clínica adecuada”. Como si la responsabilidad fuera mía. Vivimos en un país donde los consultorios están diseñados para cuerpos que caminan, se inclinan, se suben y se bajan sin ayuda. Yo no. Yo necesito una camilla regulable, ayuda para transferirme, aparatos accesibles y profesionales que no me infantilicen.
La inaccesibilidad ginecológica es el recordatorio constante de que mi salud, mi placer y mi sexualidad importan menos. De que mi cuerpo no merece ser explorado, cuidado ni comprendido. Que, para el sistema, soy una paciente imposible, una mujer con menos derechos.
No tener acceso a la atención ginecológica me expone a enfermedades sin diagnóstico y me impide decidir sobre mi propio cuerpo. Y en esa negación sistemática se esconde una verdad incómoda, que la comunidad médica sigue creyendo que las mujeres con discapacidad no somos mujeres completas.
Sin embargo, sí tenemos derecho a la prevención, al diagnóstico y al respeto. Necesitamos, de una vez por todas, poder entrar al consultorio sin sentirnos un obstáculo. La ginecología debería ser accesible, el personal médico tendría que recibir formación en diversidad funcional, y deberían existir protocolos que contemplen nuestros cuerpos y nuestras necesidades.
La salud no puede ser un privilegio reservado a los cuerpos normativos. Ninguna mujer, tenga la condición que tenga, debería sentir esta violencia silenciosa en su piel.
