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Jesús vuelve a nacer en los pobres

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Juan Cañada

Hace unas semanas, mi buen amigo y hermano en Kenia, Moses Muthaka, me envió unas fotografías recientes tomadas en Viwandani, un barrio de chabolas en el sureste de Nairobi, uno de los asentamientos en los que colaboro. En ellas se ve cómo se adelanta la Navidad a los niños de las familias más pobres y olvidadas, con gestos tan sencillos como compartir comida y algún juego.

Preparan unos chapatis, un pan plano de harina y agua, sin levadura, similar a una tortita cocinada en planchas de metal, que forma parte de la alimentación básica en muchas zonas del Este de África. Llevaron también plátanos y caramelos, pequeños lujos para quienes casi nunca tienen nada extra que llevarse a la boca.​

En algunas de esas imágenes aparecen varios niños que muestran signos de desnutrición severa, con mechones de cabello amarillento por la falta de nutrientes esenciales que alteran la pigmentación.

La desnutrición crónica pone en peligro el crecimiento, debilita el sistema inmunitario y puede provocar la mortalidad infantil en estos barrios en los que la pobreza extrema es lo habitual.​

Ver esas fotografías lleva inevitablemente a pensar en otro Niño que también nació pobre, en un lugar humilde, rodeado de animales que se daban calor unos a otros. La Navidad celebra un acontecimiento histórico y de fe: un Niño pobre que nace pobre y revela el valor de la pobreza, de la sencillez y del aparente olvido en que viven tantos seres humanos.​

Esa imagen de Jesús recién nacido me devolvió también a la memoria la estancia de dos semanas que realicé a principios de año en Tierra Santa, recorriendo los lugares donde la tradición sitúa el nacimiento y la vida de ese Niño, en una aldea cercana a Jerusalén llamada Belén.

Las cuevas que servían de refugio a los pastores, el cielo nocturno cuajado de estrellas y el aire limpio y casi dulce no son solo un decorado piadoso, sino un recordatorio incómodo: el Evangelio se encarna siempre en la intemperie de los más vulnerables.​

Desde Viwandani hasta Belén, la misma pregunta queda flotando en el aire: qué significa celebrar el nacimiento de Jesús mientras millones de niños siguen marcados en su propio cuerpo por el hambre, la enfermedad y el abandono. Tal vez la única respuesta coherente sea una opción firme y radical en favor de los más débiles, que haga de la Navidad algo más que un recuerdo emotivo y la convierta en un compromiso vivo, porque, no lo olvidemos, Jesús vuelve a nacer en los pobres. Heri ya Krismasi!