Síguenos
Joaquín Belascoain Joaquín Belascoain
banner click 236 banner 236
Juan Cañada

El domingo pasado, recibí a primera hora la llamada telefónica de un buen amigo de Pamplona, quien me comunicó que Joaquín Belascoain había fallecido hacía apenas unas horas. En ese instante, vinieron a mi memoria muchos recuerdos de su vida, de su historia y de todo lo que aprendí de él.

Desde que regresé a Teruel lo veía menos, pero siempre que pasaba por Pamplona, ya fuera camino de otra ciudad o para realizar alguna gestión, acudía a la residencia en la que vivía para compartir un rato con él. Si por algún motivo había transcurrido mucho tiempo desde la última visita, le llamaba por teléfono, aunque en los últimos años ya no se llevaba bien con la tecnología y era más complicado. Por eso, hablaba con él a través del teléfono de dos amigos comunes.

En una ocasión, un conocido me dijo que no era necesario que le llamara tanto, pues la memoria de Joaquín se estaba volviendo muy frágil y, al olvidarse de la visita y de la conversación a los cinco minutos, él opinaba que no servía de nada. Yo, sin embargo, pensé que aunque la olvidara a los cinco segundos, ese tiempo era importante, tanto para él como para mí. Son conversaciones entre personas que han compartido un tiempo y un espacio y en las que se demuestra que es una persona importante y querida para cada uno.

Si escribo sobre alguien que posiblemente no sea conocido por la mayoría de los lectores del Diario de Teruel, es por la deuda que tengo con él, aunque pensándolo bien, personas como Joaquín están en la vida de todos. Sí, todos hemos tenido cerca amigos o familiares que nos han acompañado en nuestro camino, personas con la sabiduría de la sencillez, el silencio y la humildad. De ellos se aprende más que de algunos catedráticos universitarios que imparten sus conocimientos como auténticos gurús del saber y del conocimiento.

Joaquín tuvo una infancia sencilla en un pueblo de Navarra. Le gustaba cuidar de los animales y de los campos familiares. Cuando se hizo mozo, emigró a Pamplona y trabajó en muchos lugares: de minero en las minas de Potasas de Beriain, en la fábrica de Plásticas Zozaya de Villava (donde sufrió un accidente que le costó parte de dos dedos de la mano derecha), y también en otros trabajos, como conserje en un colegio mayor, en la Escuela de Arquitectura o en la Facultad de Ciencias.

Le encantaba el monte y, cuando sus piernas se lo permitían, subía casi a la carrera hasta el fuerte de San Cristóbal, deteniéndose ante cualquier flor silvestre y quedándose mirándola con parsimonia, como si aguardara a que le hablara. Disfrutaba enormemente cuando dábamos un paseo por el Valle de Olza, donde también tuvo ocasión de colaborar gestionando parte del jardín de una finca en la que descansaba algunas temporadas.

Joaquín estará ahora disfrutando de otro jardín, de otro paisaje, y de todos los amigos que le han precedido en su caminar. Gracias, Joaquín, gracias.