Síguenos
43 años en escombros 43 años en escombros
Antonio García

43 años en escombros

banner click 244 banner 244

Todo acaba y todo empieza hoy en Andorra. Cinco segundos es un tiempo tan relativo… cinco segundos bastan para morir. En cinco segundos caerán las tres torres de refrigeración de la Central Térmica. Cinco segundos que no queremos que lleguen porque a todos nos cuesta marcharnos y dejar marchar. Cinco segundos para dejar en escombros el pasado próspero de un pueblo y asomarnos hacia un futuro todavía por escribir.

El sábado fui de propio por la carretera que une Andorra con Alcañiz, aparqué en un camino y me quedé absorta mirando hacia las tres torres, a sabiendas de que aquella era nuestra última vez. Como en todas las despedidas, la vida me recordó que todo es efímero, que todo se acaba, y rebobiné mentalmente para corroborar que uno descubre los grandes momentos vitales mirando hacia el pasado. Entonces comprendí que, en mi trayecto vital, la central térmica ha sido testigo silenciosa de casi todos mis aciertos y de muchos de mis errores.

Mirándola de frente me imagine a mí misma en el invierno del 83, envuelta en un arrullo en brazos de mi madre, pasando por allí mismo, a su lado, cuando llegué por primera vez a mi pueblo. Andorra significaba prosperidad y desarrollo. El municipio crecía y crecía y éramos la envidia de cualquier alcalde: teníamos polideportivo, dos colegios, piscina olímpica, un equipazo de fútbol, ¡hasta plaza de toros! Y una empresa, Endesa, que regó de riqueza a toda la provincia durante cuatro décadas.

Me vi aún con dientes de leche un Día de Santa Bárbara, cuando los mineros repartían cartuchos de chucherías en los colegios y compartían con nosotros, los herederos del fruto de nuestra tierra, el trabajo que engrandecía nuestro territorio.

Con un pico y una pala, extraían el carbón desde las entrañas de la tierra para quemarlo en la Central y convertirlo en electricidad.

Segundos después me encontré con mi yo preadolescente, el día que nos llevaron de excursión a aquel recinto gigante repleto de hormigón camino de Calanda, para que viéramos con nuestros propios ojos cómo desde allí, desde nuestro pueblo, España entera se iluminaba y se calentaba con la electricidad que producíamos. Menudo orgullo.

La gente antes venía desde muy lejos para trabajar en el pueblo y ahora se van hasta los que se quieren quedar.

Esta muerte se anunció en el 2000, con el cierre de las primeras minas, y la defunción definitiva se formalizó en 2018, cuando la Unión Europea dio el paso hacia la descarbonización y Endesa decidió cerrar.

Nadie nos puede acusar de no estar comprometidos con la sostenibilidad del planeta, ¡claro que lo estamos! Lo que nos espanta son los anuncios huecos, las empresas que no llegan y una transición que es de todo menos justa.

Me despido para siempre de la Central y doy un paseo por el polígono donde prometieron desarrollar la Andorra después del carbón. ¿Dónde está la fábrica de pellets que funcionaría en 2021? ¿Y las cinco empresas que el presidente de Aragón anunció hace tres años? ¿Nos adjudican o no la oficina de transición justa que reclamó el alcalde? ¿Cuándo firmamos el convenio que nos prometió la ministra?

Lambán y Aliaga anunciaron antes de ayer que la empresa química Oxaquim abrirá el próximo año una planta en Andorra que creará 380 empleos… de aquí hasta 2028. ¿Alguien se lo cree?

La hemeroteca pesa sobre los hombros de nuestros representantes públicos más que las tres torres de refrigeración que hoy derriban. Hay quien sigue sin entender que para cada andorrano esta demolición duele tanto como enterrar a un padre porque cada una de nuestras vidas se escribe con carbón.

Kaori O´Connor decía que el vínculo más importante entre una persona y un paisaje no es que se haya estado en él, sino que él haya estado en ti, y la huella que esta mole de hormigón deja dentro de cada uno de nosotros no se borra ni con los 270 kilos de explosivos que hoy van a usar para hacer desaparecer el capítulo más fértil de nuestra historia.