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Hablemos Hablemos
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Seguro que lo recuerda. El tío Blas aparece por casa todos los días a las cinco de la tarde sin avisar, solo para comentar cómo había ido el día. “¡Buenas tardes, sobrino! ¿Qué tal ha ido hoy el colegio?”. El café, con leche y en pajita, como siempre. Los compañeros de clase pasan a buscarte a casa y tocan el timbre, sin ni siquiera saber si estás en casa. “¿Está Pepito?”. O llamas a tu mejor amigo al teléfono fijo que te sabías de memoria y, por la voz, reconocías a la madre, al padre o al hermano de tu colega. “¡Buenas noches, Mari! ¡Pásame con tu hijo!”.

¿Cuánto tiempo hace que no vive ninguna de estas situaciones? Incluso, si nació en el presente siglo, es posible que no sepa ni de qué estoy hablando y hablo, precisamente, de eso: de hablar. De que hablar cara a cara, no por whatsapp, es un ejercicio cada vez más en desuso que trae, o traía, infinitos beneficios.

Hablar evita pensar de más, evita darle vueltas de más a las cosas y evita malentendidos. Hablar evita que las conexiones se rompan. Hablar disipa dudas y hablar calma... hablar sana.

Hablar ayuda a desanudar los nudos que se nos van estrangulando el estómago y que nos devuelven la paz mental. Qué necesaria es la paz mental.

Es bueno y recomendable hablar con conocidos y también hablar por primera vez con alguien. Pruébalo, y prueba también a hablarle a un bebé recién nacido y a un anciano que ha perdido la capacidad de hablar.  

Se puede hablar para quedar a desayunar, para comer jamón del bueno y tortilla de patata. ¿Cuántas conversaciones buenas tenemos alrededor de un buen vino o de un botellín de cerveza?

Hay que hablar con palabras sencillas, con una voz que sea el vehículo que transmita que estoy bien, que os quiero, que os cuido y que pido con y por vosotros.

Hablar con los presentes y conversar con los ausentes también nos reporta multitud de beneficios. Hablar para compartir experiencias ayuda a sobrellevar traumas como el divorcio o el aborto, una enfermedad grave, la pérdida del trabajo o la muerte de un ser querido.

¿Eres de los que habla consigo mismo en voz alta? A pesar de lo comúnmente se piensa, que los que hablan solos están locos, es lo más normal del mundo y, además, es síntoma de que nuestro cerebro está sano.

Los soliloquios (así se llama a los discursos que mantiene una persona consigo misma) ayuda a ordenar los pensamientos, focaliza las obligaciones diarias y mantiene la concentración. Prúebalo. Repasar la lista de la compra o la lección que entra en el examen en alto reporta un mayor rendimiento cognitivo e incrementa tu capacidad para aprender nuevos conceptos.

Hablar entre distintos también es bueno. Ayuda a derribar barreras, a tumbar fronteras, a entender otros estilos de vida. Hablar otros idiomas nos adentra en otro mundo y nos permite viajar sin límites.

Hay que hablar más: hablar para no bloquear a personas ni bloquear gobiernos. Hablar para desencallar una investidura. Hablar para saber qué tengo que hacer para que un partido político que no es el mío apoye mi candidatura. Hablar para que un ciudadano me vote. Hablar para explicar qué es un acuerdo político.

Hablar para explicar por qué un exclusivo grupo de políticos merecen ser amnistiado y, sin embargo, otros ciudadanos deben cargar sobre sus espaldas con sus errores y pagar por ellos. Hablar para que alguien nos explique si esto no es violar la Constitución, que en su artículo 14 recoge que los españoles son iguales ante la ley, sin que pueda prevalecer discriminación alguna por razón de nacimiento, raza, sexo, religión, opinión o cualquier otra condición o circunstancia personal o social.

Hablar, en conclusión, para que la sociedad avance en derechos y libertades, pero eviten hablarnos como a niños para ocultarnos una realidad que beneficia a unos pocos… pero nos afecta a todos. Háblennos más, pero como los adultos que somos.