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Adiós a todo esto Adiós a todo esto

Adiós a todo esto

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Juanjo Francisco

Los amaneceres de estos días se hacen de rogar, son lentos y traen neblinas, como si se resistieran a romper entre los árboles y llegar a los tejados. Almacenan cierto recuerdo del estío que se fue y que nunca nos hizo del todo felices. 
En los coletazos de este verano raro, extraño, desazonador, Roque, el viejo forjador de hierros rebeldes, ha dicho adiós a todo esto. No habrá más paseos entre las hojas muertas de esos plataneros modernos que ocuparon el lugar de las esbeltas y frugales acacias de antaño, donde se rascaban la pereza los perros callejeros.
Entre el polvo de la cerrada herrería, donde los viejos martillos, mil veces golpeados con nervio aguardan la nada absoluta, resuenan, tal vez, antiguas voces de hombres recios, de pieles curtidas por el viento solano, que espantan las moscas rondadoras de caballerías. 
Una extraña banda sonora parece resonar en el lugar donde Roque se hizo respetar, donde la fragua moldeó herramientas y vidas, el sitio que ha muerto dos veces.
Ahora, cuando el herrero es una viruta más en el tiempo de los hombres, queda entre los suyos el recuerdo de una vida bien gastada, mellada como los yunques que la adornaron. En el corazón del niño que fui guardo algunas miradas quietas del hombre que, con el peto y el martillo bien amarrados, instantes fugaces de parón entre golpes al metal, escrutaban mi paso por su puerta de camino a la escuela. 
Pasaron los años y todavía pude disfrutar un tiempo del anciano vivaracho que tanto  me intimidó antes. Supe que más alla del estruendo de la fragua, de los juramentos al viento tras una coz fallida de la caballería cuya pata tenía en su regazo, había una persona sabia, poseedora de un conocimiento reservado para aquellos que han vivido tiempos de lucha y brega constantes. Y aunque nada queda ya de aquella fragua y el santuario del que fue el Vulcano de mi infancia se esconde tras un montón de macetas llenas de flores multicolores, todavía creo ver, en estos días brumosos de luz reticente y perezosa, brillar las chispas al fondo del lugar oscuro, donde un hombre seco y serio remueve las brasas.