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Emoción y conmoción Emoción y conmoción

Emoción y conmoción

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Juanjo Francisco

El presidente del jurado de la sección oficial del 68 Festival de Cine de San Sebastián, Luca Guadagnino, se despachó este año defendiendo su postura a favor de un cine que conmocione y criticando, más bien infravalorando, al cine que emocione. No cree este cineasta en las películas de evasión o divertimento sin más. No admite que haya gente que pueda entrar a un sala para dejarse llevar; tiene que entrar, en su opinión especializada, a padecer revolcones psicológicos que le hagan replantearse, por ejemplo, su visión del mundo y recibir de paso una buena dosis de sufrimiento.
Para contribuir a su particular tesis, su trabajo profesional va en la línea de dibujar personajes atormentados que viven situaciones límite en sociedades nada esterotipadas. Vamos, como si ese tipo de vidas fueran la tónica habitual. Siguiendo pues el consejo de Guadagnino, al cine hay que ir preparado para padecer de lo lindo, ponerse en el papel de humanos atormentados y vivir en carne propia tragedias  dibujadas por un guionista que, probablemente, duerme mal. Fernando Trueba, que no es precisamente un don nadie en esto del cine, confesó un día que el mundo de la gran pantalla le permitió de niño soñar con otras realidades muy distintas a la que le tocaba vivir entonces. 
Con el cine se va a pontificar hasta el hartazgo y, aunque en esta especie de neorealidad en la que vivimos ahora se vea difícil volver a entrar en una gran sala, siempre nos quedará esa sensación de túnel oscuro y luz al frente para despegar todas nuestras emociones, como cuando fuimos niños. Si uno quiere conmocionarse siempre puede pegarse a la televisión pandémica y escuchar en bucle todas las opiniones de virólogos, científicos, tertulianos, reporteros enmascarillados, hosteleros reventados y algún que otro economista del pim pam pum.  Para mucha gente entre la que me incluyo, y pese a lumbreras como el director que he citado antes, el cine seguirá siendo por todo el tiempo de nuestra vida un campo abonado con emociones tan poco intelectuales y sesudas como la tristeza, la añoranza, la nostalgia, la alegría, el amor, la rabia o la ilusión, el bien más preciado a estas alturas de calendario.