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En el puente En el puente
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Juanjo Francisco

Los labios les escocían asomados al Puente de Piedra en esa mañana de cielos limpios, refulgentes, sin una sola nube que hubiera sobrevivido al viento, tan rudo y tan cercano, tan de aquí en octubre. Con el sol a las espaldas los dos miraban el agua marrón del gran río, cabalgado por puentes que soportaban trajín de coches y peatones llevados por un frenesí propio de día de fiesta grande.

Desde buena mañana habían desafiado la incomodidad de estar allí plantados, con vista panorámica ante el gran cauce, a la espera de que comenzara una prueba deportiva - ¿o era de exhibición?- de lanchas fueraborda pilotadas por unos tipos enfundados en monos ceñidos de colores vivos y cascos enormes, una exótica propuesta de divertimento para esa mañana.

Qué bien se estaba allí, cuánta emoción iban a sentir los dos amigos. Se habían preparado para resistir el embate de ese cierzo persistente con sus cazadoras de cuero, negras y recién estrenadas que resguardaban el cuerpo, tapado también con sendos jerséis de cuello de pico, muy de moda entonces. El de Fausto era azul celeste a la altura del pecho con una línea de rombos de un rojo diluído que destacaban mucho sobre el fondo, una pasada de jerséi, vaya. Aquel día era la continuación de algunos otros en los que ambos chavales habían constatado su gusto por aficiones comunes, rechazos compartidos e ilusiones que, tal vez algo distintas, no tenían por entonces más frontera que las que quisieran colocar. Como dos mimos inertes, apoyados en la pared del puente, codo con codo, miraban cómo las lanchas fueraborda iban dejando un rastro blanquecino sobre el lecho marrón del agua y el ruido de los motores, sobre todo al trazar las curvas, les proporcionaba un asombro casi infantil.

Llegado el mediodía, con las mejillas y toda la cara como de cartón, los dos enfilaron el regreso a casa porque esperaba una comida especial, como merecía el día.

Y, desde aquella mañana, han pasado muchos días especiales y distintos aunque ya no hubiera más lanchas fueraborda. Llegada esta fecha, siempre hay un momento para revivir por un instante aquella sensación de camaradería y hermandad forjada sobre aquel puente, tan soldada como sus pilares.