

En pleno periodo de luto oficial por la muerte del que fuera presidente de Aragón Javier Lambán todavía resuenan en el panorama político de la Comunidad los ecos de las voces que han valorado su pérdida. Han sido muchos y muy variados los comentarios vertidos por compañeros y compañeras y también por contrincantes del pasado reciente. A Javier Lambán le han llovido las loas desde todos los lados, pero algunas han sonado excesivamente a falsete, qué quieren que les diga.
Desde que a todo el mundo le da por expresar su estado de ánimo en las redes o sus viajes o sus penas o sus alegrías o hasta sus colores preferidos, ahora hemos asistido al desfile de reacciones a la pérdida del que fuera líder de los socialistas aragoneses ademas de presidente de la DGA. Entre estas valoraciones vistas en las redes hay algunas que parecen auténticas obras de literatura romántica, trufada de un sentimiento trágico de la vida que tira para atrás por lo exageradas. Provienen de personas que siguieron a Lambán, que lo defendieron hasta que dejaron de hacerlo para seguir, ya solos, el curso de la política, que tampoco se detiene nunca. Muchos comentarios, escuetos o no, han rozado la hipocresía.
Lambán, furibundo defensor de un PSOE que ahora es rechazado por determinados fundamentos que arrastraron millones de votos en los ochenta y después, fue estigmatizado (políticamente hablando, claro) un tiempo antes de morir por muchos de los que ahora lo han recordado. Al de Ejea de los Caballeros se lo ha llevado un cáncer y, si no hubiera tenido esa mala suerte, todavía seguiría recibiendo, en público y en privado, andanadas de los propios, casi los mismos que ahora lo lloran.
El expresidente aragonés tuvo redaños, aún antes de caer enfermo, de enfrentarse al sanchismo galopante, ese que tantos adeptos ha terminado por reunir en esta tierra y hasta sus últimos días condenó las líneas maestras que marca el presidente del Gobierno. Ese es su legado final, que no lo olviden quienes lo siguieron para dejarlo después. Y que suelten los lamentos que quieran.
Desde que a todo el mundo le da por expresar su estado de ánimo en las redes o sus viajes o sus penas o sus alegrías o hasta sus colores preferidos, ahora hemos asistido al desfile de reacciones a la pérdida del que fuera líder de los socialistas aragoneses ademas de presidente de la DGA. Entre estas valoraciones vistas en las redes hay algunas que parecen auténticas obras de literatura romántica, trufada de un sentimiento trágico de la vida que tira para atrás por lo exageradas. Provienen de personas que siguieron a Lambán, que lo defendieron hasta que dejaron de hacerlo para seguir, ya solos, el curso de la política, que tampoco se detiene nunca. Muchos comentarios, escuetos o no, han rozado la hipocresía.
Lambán, furibundo defensor de un PSOE que ahora es rechazado por determinados fundamentos que arrastraron millones de votos en los ochenta y después, fue estigmatizado (políticamente hablando, claro) un tiempo antes de morir por muchos de los que ahora lo han recordado. Al de Ejea de los Caballeros se lo ha llevado un cáncer y, si no hubiera tenido esa mala suerte, todavía seguiría recibiendo, en público y en privado, andanadas de los propios, casi los mismos que ahora lo lloran.
El expresidente aragonés tuvo redaños, aún antes de caer enfermo, de enfrentarse al sanchismo galopante, ese que tantos adeptos ha terminado por reunir en esta tierra y hasta sus últimos días condenó las líneas maestras que marca el presidente del Gobierno. Ese es su legado final, que no lo olviden quienes lo siguieron para dejarlo después. Y que suelten los lamentos que quieran.