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La ‘número dos’, ni dos minutos más La ‘número dos’, ni dos minutos más

La ‘número dos’, ni dos minutos más

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Fernando Jáuregui

Ahora son los inspectores de Hacienda los que piden la dimisión de la ministra del ramo (entre otras muchas cosas), María Jesús Montero, por la opacidad y chapuza que han presidido la negociación (¿?) del cupo catalán, del que ella es teóricamente máxima responsable, aunque aún no ha dado la cara para explicar los muchos puntos oscuros y potencialmente inconstitucionales de ese pacto a palos exigido por mel independentismo.

La desaparición mediática de la número dos del Gobierno y del PSOE precisamente en estos momento puede indicar muchas cosas: que, coherente con lo que dijo hace no muchos meses, está en contra de lo pactado por el Ejecutivo con la Generalitat catalana; o bien que se esconde para no arrostrar la vergüenza de admitir que ahora acepta lo que ayer rechazaba. O bien que está en la cuerda floja en la nómina de La Moncloa. En cualquiera de las tres hipótesis, tiene que marcharse del Gobierno de Pedro Sánchez, un Gobierno que, recordémoslo, regula la vida pública en la cuarta potencia de la UE.

Hace mucho tiempo que digo que la presencia de María Jesús Montero, gesticulante y excesiva en sus maneras y apariciones, es inaceptable como vicepresidenta primera del Gobierno, ministra de Hacienda, vicesecretaria general del PSOE, responsable del partido en Andalucía y candidata a presidir el Gobierno autonómico andaluz. Un pluriempleo que forzosamente lleva a que todo lo haga mal: en la negociación del cupo catalán, que no entro a analizar sino como muy potencialmente inconstitucional, parece que no se ha enterado de nada; los Presupuestos Generales del Estado, que ella debería haber presentado los dos últimos años, no han sido ni elaborados, lo que es inconstitucional; el PSOE es un hervidero del que ella, como número dos, debería haber sido más consciente, mientras que ahora nos dice que ni se enteró del caso Santos Cerdán, del que llevaban meses avisando todos los periódicos. El partido, en Andalucía, no es más que una pálida sombra de lo que fue. Y no hay encuesta que no vaticine que su candidatura va a salir malparada, muy malparada, frente a la de Moreno Bonilla.

Dígame usted, ante este panorama, qué razones hay para no sacarla de un Gobierno que hace agua por varios boquetes, pero principalmente por el suyo. ¿La mantiene Pedro Sánchez por su lealtad a veces fanáticamente aplaudidora al jefe? Malo. ¿La mantiene Pedro Sánchez porque ella, que está abrasada, es un eficaz pararrayos para el number one? Peor. ¿La mantiene por inercia y porque el presidente no es capaz de hacer los cambios, siquiera lampedusianos, imprescindibles para sobrevivir? Peor que peor que peor.

La señora Montero, hoy silente y huidiza, es el vivo reflejo de un Gobierno agotado, dedicado a sobrevivir otros diez minutos hoy, otros diez mañana, pasado quién sabe. Lleva siete años y un mes pegada a la estela de Pedro Sánchez, que es luz que declina. Porque Sánchez, acorralado y con flancos muy peligrosos en esta Audiolandia, aún pretende, parece, hacerse con el récord del libro Guinness en cuanto a permanencia en el poder en la UE: ya solo le superan el húngaro Orban, que no es ningún ejemplo, y el francés Macron, que es jefe de Estado en plena instabilidad y que ha cambiado varias veces a sus primeros ministros.

Sí, Sánchez tiene que empezar a ordenar su salida, para su propio bien -no hay más que verle la cara-, el de su partido y el de los españoles. Que no digo yo que ello tenga que significar la llegada a La Moncloa de los otros, quizá aún no del todo preparados. Simplemente, la racionalidad, el sentido común, el respeto a la legalidad, la buena educación y el adecuado juego de la separación de poderes y de las reglas básicas de la democracia tienen que volver a nuestros prados. Y eso significa regeneración de nuestra vida pública. Decir que allá por donde pasa el caballo de Atila Pérez-Castejón no vuelve a crecer la hierba no es hacer oposición fachosferosa; es, ay, la pura verdad. Pero hoy, de momento, me contento con proclamar una obviedad: ya veremos qué ocurre con el número uno, pero la número dos, ni dos minutos más. Ya está como San Lorenzo en la parrilla de El Escorial: completamente chamuscada. Como las manos que puso en el fuego por su subordinado Santos Cerdán.