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La política mundial eclipsa a Hollywood La política mundial eclipsa a Hollywood

La política mundial eclipsa a Hollywood

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Manuel Campo Vidal

Los guionistas de series televisivas hubieran podido descansar una semana (o más, porque esto sigue) ante los desatinos de los líderes políticos: riñas, divorcios, desplantes, insultos, pérdidas millonarias y hasta contraprogramaciones entre ellos. Simultáneamente, en pocos días, ha habido intensa acción televisiva en platós de Madrid, Washington, Nueva York, Barcelona, Roma y otras sedes secundarias.

En Madrid, una desconocida militante socialista, que aseguraba tener altos contactos, Leyre Díez, lograba sus minutos de gloria enredando entre políticos, empresarios y la mismísima Guardia Civil. Hasta aclarar qué hay de cierto en sus andanzas y saber si trabaja para alguien, o solo para ella misma, le perjudicó su exhibicionismo. Los periodistas, que huelen a los que buscan fama, desconfían de sus posados; otros la incorporan a la lista de escándalos interminables con las que nos obsequia el mundo PSOE últimamente. Algún talento creativo tiene la señora para enredar en una misma narración a empresarios como Pérez Dolset, comisionistas procesados como Aldama, oficiales de investigación y políticos del cinturón de Ábalos. No se escribe un guión así tan fácilmente.

En Washington estalló el divorcio entre Trump y Elon Musk, primero en versión pacífica en el despacho oval, y luego con tuits feroces que le costaron al empresario tecnológico más de treinta mil millones de dólares en Bolsa en un día. En Wall Sreet no daban crédito y en los periódicos no se atrevían a publicar la acusación de que Trump está en la lista de pedófilos de Epstein, como denunció Musk. Aunque luego reculara, el espectáculo destruía la alianza pública del presidente con la oligarquía tecnológica presentada el 20 de enero al tomar posesión. Steve Bannon, influyente asesor de Trump de primera hora, luego caído en desgracia, reclama la extradición de Musk a Sudáfrica. En Pekín aún se ríen. Esa desavenencia afecta a grandes contratos, limita la carrera espacial de la NASA y los chinos toman la delantera en la carrera a Marte, como certifican antiguos responsables de la agencia. Costes millonarios en bolsa y retrocesos en la batalla espacial. En Hollywood a eso le llaman ciencia ficción. Lo dramático es que es real.

Pero España no quiso quedar atrás. Se eligió el plató de Barcelona para representar el mayor desacuerdo posible entre el Gobierno del PSOE y la oposición del PP. La cumbre autonómica estaba muerta antes de empezar, aún al coste de desatender los problemas ciudadanos, como la vivienda y la financiación. Total, ¿qué más da? Pedro Sánchez quería mostrar la normalización política en Cataluña porque esa cumbre hubiera sido imposible allí en años anteriores; y eso se logró. Y Núñez Feijóo certificar que el sistema de colaboración entre Gobierno central y los autonómicos está roto y que hay que convocar elecciones urgentemente. También se percibió esa ruptura, pero no por eso Sánchez convocará. Ni por las manifestaciones que se convocan. Nos queda un año y medio de pulso entre un presidente que resiste y un aspirante que desespera; y que, además, siente la contraprogramación de mensajes en su casa. La presidenta de Madrid, Ayuso, lo tapó con su retirada de la reunión cuando se habló en catalán y en euskera. No así cuando sus correligionarios hablaron en gallego, valenciano y mallorquín. Incertidumbre sobre cómo continuará el vodevil. Preguntado el presidente andaluz Moreno, respondió: “Yo no soy ayusólogo”.

Menos mal que frente a tanto desencuentro, el mundo puede serenarse un instante contemplando esas miradas cómplices y arrobadas entre la italiana Giorgia Meloni y el argentino Javier Milei. Política romántica. Siempre nos quedará la magia de la Toscana.