

La rapidez y la inmediatez son características muy destacadas en la sociedad moderna. En ella, gracias a los avances tecnológicos y la conectividad constante, todo parece moverse a un ritmo acelerado, a veces, frenético. Lo que ha hecho que cada día coja más protagonismo la cultura de la rapidez y la inmediatez, en la que puede estar en peligro, por un lado, el desarrollo de un razonamiento más reflexivo, y por otro, la pérdida de paciencia. La conectividad permite estar informados y comunicados en todo momento, pero puede dificultar la toma de decisiones libres, al depender excesivamente de la tecnología. Frente a esta cultura de la rapidez y a otros factores sociales, que caracterizan el mundo moderno, cabe plantearse: si existe alguna varita mágica que ayude a tomar decisiones acertadas para vivir en plenitud. Inmediatamente, ha venido a mi memoria la imagen de un gladiador dirigiendo su cuadriga.
Esa imagen, me ha hecho pensar que nuestra varita mágica no puede ser otra que la virtud de la prudencia, conocida como el Auriga Virtutum, ya que, es la que debe dirigir nuestros pensamientos y acciones, y la que conduce a las otras virtudes. Además, la prudencia es la que guía directamente el juicio de conciencia, que permite conocer el bien que debemos hacer y el mal que debemos evitar.
Para ahondar en esta virtud, o arma mágica, no hay como acudir a los grandes pensadores de la antigüedad. En la filosofía de Platón y Aristóteles, la prudencia (o sabiduría práctica) permite tomar decisiones pertinentes en las distintas circunstancias y vivir una vida moralmente correcta, conduciendo así a la felicidad y a la realización del individuo y de la sociedad. Para Cicerón la prudencia es también la base de la sabiduría y para Séneca es la madre de la seguridad. Además, en la tradición cristiana, santo Tomás de Aquino profundizó mucho sobre la prudencia en su Summa Theologica y la describe como “la virtud que nos ayuda a discernir el bien y a elegir los medios adecuados para alcanzarlo”. Así mismo, el libro de los Proverbios nos dice: “El hombre cauto medita sus pasos” (Pr 14, 15).
Como buena aragonesa, no puedo dejar de hacer referencia al libro, Oráculo Manual. El arte de la Prudencia, escrito por Baltasar Gracián en 1647, cuya lectura recomiendo y de la que se aprende siempre algo. En esta obra, Gracián enfatiza la importancia de la prudencia, que implica saber discernir, actuar con buen juicio y ser cauteloso. También, este libro pretende enseñar al lector a vivir de forma más prudente, inteligente y efectiva. En este sentido, José Ignacio Díez Fernández (1994), profesor en la Universidad Complutense de Madrid, afirma que esta obra ofrece las claves para triunfar en un mundo competitivo y hostil como es el nuestro, ya que, después de casi cuatrocientos años, sigue manteniendo su vigencia.
La prudencia, como si de un cuarteto de cuerdas se tratará, está estrechamente relacionada con otras tres virtudes. Así, la prudencia ayuda a actuar con justicia, tomando decisiones que respetan los derechos y necesidades de los demás. También, la prudencia complementa la fortaleza, ya que ayuda a actuar con valentía pero de manera prudente, sin arriesgar demasiado o actuar impulsivamente. La prudencia ayuda a la templanza a controlar nuestros impulsos y deseos, actuando con moderación y equilibrio. Estas cuatro virtudes trabajan al unísono, como el cuarteto de cuerdas de la música de cámara, guiándonos hacia una vida más ética, equilibrada y plena.
Sin duda alguna, la prudencia va siempre de la mano con la paciencia. Mientras que la prudencia nos ayuda a tomar decisiones oportunas, la paciencia nos permite esperar el momento adecuado, mantener la calma en situaciones difíciles o cuando las cosas no avanzan tan rápido como nos gustaría, y perseverar hasta alcanzar nuestros objetivos. Por ejemplo, en momentos de conflicto, tener paciencia y actuar con prudencia puede evitar que las cosas empeoren y facilitar el descubrimiento de soluciones más apropiadas. Así que, en resumen, sí, la prudencia y la paciencia ayudan a vivir de manera más sabia y equilibrada.
Lo importante es ser conscientes de que podemos ejercitar la prudencia en los distintos ámbitos de nuestra vida. Por ejemplo: escuchar con atención antes de responder para evitar malentendidos; fomentar el respeto, la comprensión y la generosidad hacia los demás; conocer bien con quién nos relacionamos y qué ambientes frecuentamos; pensar en las consecuencias de nuestras palabras y acciones antes de actuar; comprobar la veracidad de las posibles fake news antes de difundirlas; vigilar la información personal que compartimos para evitar riesgos; ser honestos y respetuosos, evitando comentarios que puedan herir o crear malentendidos; tomar decisiones con rigor; mantener la calma en situaciones de presión o conflicto (...).
Sin duda alguna, hay profesiones en las que el ejercicio de la prudencia es más trascendente, por que, en ellas, se puede ver comprometida la vida o la seguridad de otros, como ocurre con los médicos, pilotos y conductores, jueces (...). También, la prudencia es fundamental en momentos clave de la vida, como puede ser: al elegir la persona idónea para compartir una vida, al hacer una fuerte inversión, al cambiar de trabajo (...), ya que todas estas decisiones pueden provocar un gran impacto en la vida de una persona.
Por último, considero que actualmente es urgente que todos, jóvenes y adultos, en esta sociedad, un tanto anestesiada, practiquemos el pensamiento crítico. Por ejemplo, la ponderación del pensamiento crítico con la virtud de la prudencia permite valorar, en su justa medida, las actuaciones de nuestros gobernantes y políticos, manteniendo una actitud más reflexiva y constructiva. En definitiva, la virtud de la prudencia es fundamental para el desarrollo saludable y equilibrado de nuestra sociedad, ya que promueve una ciudadanía más ética y responsable de sus acciones.