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Elena Gómez

María es una mujer joven, atractiva, dinámica e inteligente, pero es lo que legalmente se viene a llamar una persona con discapacidad gran dependiente. Una enfermedad neuromuscular degenerativa hace que precise asistencia para las actividades de la vida diaria. María no ha tenido suerte con su familia; sus padres, por diferentes motivos, no han podido atender sus necesidades físicas y sociales, por lo que ella no ha tenido oportunidades para formarse y tener un trabajo adecuado a sus limitaciones. Así que, a sus treinta y tantos, vive de una pensión no contributiva, inferior al 45% del SMI.

Así que no le queda otro remedio que vivir en una residencia donde cohabitan personas con discapacidad física e intelectual de forma indistinta, en la cual son más numerosas las primeras que las segundas.

Es muy difícil la convivencia con aquellos que no comparten sus inquietudes intelectuales y emocionales, y es más difícil, si cabe, ser tratada como una persona adulta y con criterio propio en un entorno en el que los cuidadores están acostumbrados a tomar todas las decisiones.

Desde hace un tiempo María tiene pareja, un hombre sin ningún tipo de discapacidad. Ambos se respetan y se entienden, y muchos ven una salida digna para ella y la animan a dejar la residencia para irse a vivir con su chico. Pero ella se resiste, quiere un compañero de vida, no un cuidador.

Necesita tomar las riendas de su vida y tener una vida independiente, más allá de sus decisiones sentimentales. Por eso está luchando por hallar una salida digna a sus problemas. Buscará un trabajo o intentará formarse, pero a estas alturas no lo va a tener fácil.

A pesar de la creencia generalizada, el Estado de bienestar social es muy parco a la hora de echarnos un cable. La mal llamada Ley de Dependencia necesita un repaso en profundidad, no se están cumpliendo las expectativas de los tratados internacionales y sigue habiendo ciudadanos sin una vida digna.