

Parece mentira, ya he llegado a los 50. O como se suele decir, le he dado la vuelta al jamón. No sé si será el número redondo o la fogata que montaré con las velas, pero tengo la sensación de que, en cuanto las sople, algo profundo va a cambiar. Lo presiento, no es una iluminación divina, sino más bien un susurro interior que dice: “Ya está bien de tanta tontería”.
A ver, que no es que una se despierte el día de su 50 cumpleaños convertida en un monje budista, pero empiezo a percibir la flojera, y no solo en la piel. También en la necesidad de querer caer bien a todo el mundo. Me caigo bien a mí, y eso es más que suficiente.
Lo tengo decidido. Los 50 me van a traer el placer de dejar de dar explicaciones por todo. Me voy a liberar de muchas ataduras por el simple hecho de que me apetece. Adiós a la ropa incómoda (sobre todo la interior) y a las conversaciones sobre dietas. A los tintes y la depilación en lugares a los que ya nadie se asoma. Quiero ganarme un sitio en el olimpo de las señoras de mediana edad.
Pero ojo, soy consciente de que no todo va a ser sabiduría zen. También comienzan algunos dramas. Los achaques, que te recuerdan cada mañana, a golpe de dolor, que hay partes del cuerpo que existen, como Teruel. Y la memoria, esa traidora que juega al escondite con los nombres. Eso sí, todo se compensa con algo impagable: el filtro roto. Ese que antes evitaba que dijera lo que pensaba y que ahora ya no está.
Los 50 no son los nuevos 30, ni falta que hace. No quiero volver atrás ni descubrir quién soy. Soy la que habla sola, la que no responde a los WhatsApps al momento, la que se traga una serie entera con palomitas y cero culpas. Soy la que no quiere más promesas, ni más listas de cosas por mejorar.
He llegado a los 50 con cicatrices, pero también con músculo emocional. Con algunas pérdidas, pero muchas más ganancias. Y si esto es la mitad de la vida… que venga la otra mitad. Con sus canas, sus cambios de humor, sus ganas de bailar. Porque no me voy a quitar años, me voy a quitar lastre para viajar más liviana.