

Desde hace tiempo tenía pendiente visitar a las religiosas carmelitas de Teruel en su nuevo destino. Cuando se cerró el convento de Santa Teresa de nuestra ciudad, algunas de ellas fueron al convento que tiene la congregación en Puzol, Valencia. Así que en un día de la semana pasada que tenía libre, aproveché para acercarme y estar un ratico con ellas, junto con dos amigos que se ofrecieron a acompañarme. Por supuesto les llamé unos días antes y así concretamos el día y la hora.
Nada más llegar llama la atención la tranquilidad de la casa, toda rodeada de unos pinos tremendos y de unos naranjos con unas hojas verdes que regalaban brillos cuando se movían con la tenue brisa que llega desde el Mediterráneo.
Me llamó la atención la memoria de las religiosas, recordaban el nombre de todos mis hermanos y sus trabajos, y mantenían un recuerdo vivísimo de mi madre, la cual las visitaba con frecuencia. Solía llevarles de vez en cuando alguna cosa que consideraba que les podía resultar útil, o les pedía algún favor de costura.
Recuerdo que cuando comencé mi periplo profesional fui a visitarlas, pidiéndoles que rezaran por mí. Eran tiempos complicados, de mucha inestabilidad laboral. Comencé trabajando bien lejos de Teruel, por lo que el apoyo y los consejos de la familia estaban muy limitados. Años más tarde aterricé en un nuevo destino, esta vez en el norte, y casi cinco después tocó sacar el ancla y fondear en Navarra, más cerca de casa. Pocas veces tenía la oportunidad de regresar a Teruel, generalmente volvía casi exclusivamente durante la Semana Santa y las navidades. Era un reencuentro con la familia, con los amigos, pero también con aquellas personas que apreciaba y sabía que me querían, entre las que estaban las Carmelitas de Teruel. Les saludaba, les llevaba alguna cosa que había traído para ellas, y les pedía oraciones por mi familia y por mí.
Han pasado varias décadas y siempre me he sentido arropado por la oración de estas buenas mujeres, por su recuerdo. Ahora he vuelto a comprobar que sigo estando allí, entre sus soledades y silencios, por lo que doy gracias a Dios de que haya mujeres así, que decidan seguir apoyando con su oración a los que en ellas confían, no desde la barrera, sino desde lo más íntimo y cercano.
Llevo pensando estos días algo que repite mucha gente, que nos hemos quedado sin religiosas contemplativas en Teruel, pero creo que no es así. Ahora, tras esta visita, he podido comprobar la cercanía de las Carmelitas de Teruel en Puzol, las cuales siguen teniendo a esta ciudad y a sus gentes, como siempre, en su corazón. Gracias.