

Hace unas semanas me acerqué al mercado que se celebra en Teruel todos los jueves junto a los arcos, una escuela de sociología donde se observa el comportamiento de vendedores, compradores y curiosos. Reconozco que, aunque a veces no compro nada por no encontrar el género que busco, siempre es un tiempo bien aprovechado, de aprendizaje y de reencuentro con personas conocidas, y de inmersión en un mundo bullicioso envuelto por el aroma de los pollos asados. Decía uno de mis grandes maestros del fotoperiodismo, Santiago Lyon, que cuando se encontraba en un conflicto bélico y estaba la cosa tranquila, siempre tenía dos lugares a los que asistía: los cementerios o los mercados. Decía que siempre había gente que enterrar y comida que comprar. En otra ocasión escribiré sobre su magnífico trabajo y sus premios.
En uno de los puestos del mercado turolense vi fruta, concretamente melocotones de Calanda. Tenían un aspecto sensacional y una frescura inigualable, así que opté por llevarme una caja de unos cinco kilos.
A un buen amigo y a mí nos invitaron a participar en un pueblo del Matarraña en una cena benéfica cuyo fin era colaborar económicamente en favor del orfanato de Mama Koko en la República Democrática del Congo. Mi idea era ofrecer los melocotones a la familia que nos acogió en su casa; qué mejor que compartir algo de lo que los aragoneses nos sentimos especialmente orgullosos: los melocotones de nuestra tierra.
Solo hubo un percance, fruto de la pérdida de memoria: olvidé la caja de melocotones en casa. Al regresar al día siguiente, la mayoría estaban estropeados y ya no era posible hacer mermelada o aprovecharlos de alguna otra forma. Con gran pesar me vi obligado a tirar casi todos a la basura.
Este episodio me recordó una idea que ha estado presente en mi vida: “lo que no se da, se pierde”. Es un proverbio de origen indio, difundido por Dominique Lapierre en su libro "La ciudad de la alegría" y adoptado por Madre Teresa de Calcuta en su obra social. Es muy popular en el mundo de la cooperación y el voluntariado, ya que subraya la importancia de compartir y no aferrarse a lo perecedero.
Un amigo decía que jamás se ha visto un coche fúnebre camino del cementerio con un camión de mudanzas detrás. Sí, una vez que se ha llegado a tal lugar, ya no hace falta nada. Por eso es hermoso ver tantas personas generosas que, con su colaboración, facilitan la compra de material para que los padres de países sin escuelas puedan construirlas y formar profesores que den servicio a la sociedad. Porque lo que no se da, se pierde.