Síguenos
Mama Mmasai Mama Mmasai
banner click 236 banner 236
Juan Cañada

Lo reconozco: jamás he visto a los masáis saltando en ninguna reserva natural de Kenia ni en espectáculos organizados para turistas. Me refiero a esas danzas en las que parece que intentan besar el sol. Los masáis que yo conozco están en el mercado de artesanía de Nairobi, en Kibera y en Viwandani, lugares poco dados al folclore.

El mercado de artesanía de Nairobi se llama precisamente Mercado Masái, ya que la mayoría de los vendedores pertenecen a esta etnia. En Viwandani conocí a unos jóvenes masáis que cuidaban ganado junto a unas vías de ferrocarril en desuso. Sin embargo, donde más de cerca he convivido con este pueblo ha sido en Kibera, el asentamiento informal más grande del mundo.

Gracias a la labor de Women for Women in Africa y a mi buen amigo Moses Mutaka tuve la oportunidad de conocer a un grupo de madres masáis. La mayoría eran analfabetas y apenas hablaban inglés, lo que a menudo dificultaba las ventas a turistas. Gracias a la fundación podían recibir clases de alfabetización, casi siempre impartidas por Moses.

El mismo lugar en que aprenden a leer y escribir sirve también para reunirse y hablar sobre los problemas de la comunidad, buscar maneras de mejorar la venta de su artesanía y organizar un pequeño fondo común. Cada una aporta allí pequeñas cantidades de dinero, que registran cuidadosamente en una libreta, llevando una contabilidad sencilla pero eficaz. Ese fondo tiene un objetivo claro: si una de ellas atraviesa una dificultad grave, todas colaboran para ayudarla. Nunca se deja sin respuesta un problema serio.

En esa misma época conocí también a varias familias masáis que vivían en un campamento a las afueras de Nairobi. Tenían una vaquería que les proporcionaba leche, la cual vendían a las familias de los alrededores. Si la memoria no me falla, aquel asentamiento estaba muy cerca del cementerio de la ciudad. Las familias me recibieron en sus casas, levantadas con maderas y cartones ennegrecidos por el humo del fuego con el que cocinan. Fue una jornada en la que aprendí mucho. También tuve la oportunidad de dar una pequeña charla a los jóvenes que atiende esta fundación. Pero sobre esto escribiré en otra ocasión.

Quiero concluir con la impresión que me dejaron aquellas mujeres. Ellas solas eran capaces de gestionar la economía familiar, gestionar los pequeños negocios —la venta de artesanía y la leche de sus vacas— y al mismo tiempo sostener la vida comunitaria y familiar. Qué elegancia y dignidad, propias de auténticas princesas de África.