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Tsunami Tsunami
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Javier Lizaga

Estuve en Tailandia justo unos años después. Una de mis normas de fotógrafo es aprovechar los primeros días, antes de que los ojos se acostumbren. Cuando llegas por primera vez a un sitio es cuando ves la diferencia. Los colores, las miradas, los balcones, las calles… en todos los rincones ves millones de detalles, que despreciarás en una semana y que, sin embargo, echarás de menos cuando quieras contar, años después, donde y qué. Porque la esencia está, no se engañen, en lo cotidiano, no en los grandes monumentos. Hay que saber verla, eso sí. De aquel viaje me quedo con carteles nuevos y aterradores, recién instalados, “ruta de evacuación en caso de tsunami”, se podía leer.

Todavía hay un instante, nada más subir la persiana, abrir la ventana, sentir ese frescor de mañana nueva cuando pienso que todo es un sueño. Me lo rebate el goteo de viandantes con mascarilla que todavía miro extrañado. La verdad es que ya empiezo a vislumbrar el engaño. Nos dirán que era imposible, impensable, imprevisible, resumen: vuelvan a la normalidad, y no pregunten. Ya hemos, de hecho, empezado a discutir de cifras, de mascarillas, o de test, cuando lo abominable es que se hayan convertido en un número que comparamos con ligereza, todas y cada una de las personas que nos han dicho adios.  

Quizá sea que los ojos todavía no se me han acostumbrado pero intuyo un “hay que hacerlo” que vence al miedo en quienes esta semana vuelven a su normalidad, a coger llamadas, a ingeniárselas, y cuyo sumando dará la verdadera normalidad. Una normalidad, por cierto, en la que me pregunto si los médicos, enfermeras, especialistas, cuidadores que nos están salvando el culo seguirán siendo mileuristas, y algunos mal vistos. Si seguiremos criticando a los maestros, engranaje esencial de la vida. O adorando los centros comerciales. Y si las grandes ciudades seguirán reluciendo, aunque realmente lo que brillen sean los barrotes.

Respondan “¿qué tenemos que cambiar?” con la lista de medidas tras la crisis económica del 2008. O ¿es que era también irrepetible, impensable y no hemos hecho nada y los problemas económicos nos devolverán en unos meses doce años atrás? Las tragedias son desconocidas pero las consecuencias siempre son parecidas, previsibles y afectan a los mismos. Ahí es donde está el delito de no haber cambiado nada. Me pregunto donde están nuestros carteles de “vía de escape” del tsunami.