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Más ‘humanos’ que antes Más ‘humanos’ que antes

Más ‘humanos’ que antes

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Javier Silvestre
Lleva la gente un cabreo monumental. Y no es para menos. Ya lo advertíamos muchos hace meses cuando empezó la obra: la avenida Sagunto se ha convertido en una ratonera. El Ministerio de Transportes y Movilidad Sostenible ha conseguido su objetivo: “humanizar” una vía que antes era una simple calle más. No se rían. La ha humanizado y vengo a demostrárselo. 

Primero, porque ha permitido que los conductores se pasen mucho más rato contemplando, atascados, los edificios colindantes. La imposibilidad de avanzar en ciertos momentos del día ayudan a que el ciudadano, siempre absorto en sus pensamientos, pueda deleitarse con cada árbol, cada farola y cada paso de peatones. Nada como ralentizar la marcha para saborear la vida.

Otra forma de humanizar este espacio es con esas amplísimas aceras donde un grupo de 15 amigos puede caminar en paralelo sin peligro de bloquear el paso. 

También permite cruzarse con algún vecino que, para tirar la basura, tiene que caminar el doble que antes porque han ensanchado el trayecto hasta el infinito. Es más, hay aceras tan anchas que podrían instalar todas las nuevas peñas vaquilleras en ellas y aún así sobraría espacio.

Eso por no hablar de lo humano que es el suelo. Con ese color amarillo hepático que permite que todos dejemos nuestra huella imborrable en él. Chicles, esputos, defecaciones de mascotas y restos de una mala borrachera configuran ya un paisaje que permite repasar, a cada paso, lo que ha sucedido tiempo atrás. Un lienzo amarillento que, poco a poco, va cogiendo su color definitivo. 

Hablemos del arbolado. Esquelético, raquítico y triste… pero con unos parterres hermosos que permitirán que lo que ahora parecen flacos troncos de madera se conviertan en robustos bosques centenarios (lástima que con la siguiente reforma volveremos a empezar de cero). 

Y, ¿qué me dicen de esas piedras lanzadas sin orden ni pegamento alguno a los pies de los árboles? Otro prodigio que nos humaniza, que nos retrotrae a nuestra niñez, cuando vivíamos alejados del asfalto y usábamos los cantos rodados para hacer rebotes en los ríos. 

Hay que favorecer que la gente haga deporte y esta reforma lo ha conseguido. No lo digo por el carril bici que tiene una anchura superior al que tienen los coches para circular… Lo digo por los sufridos repartidores de nuestra ciudad, que ahora sí, tendrán un tono muscular tonificado gracias a la distancia y obstáculos que tienen que sortear, día tras día, para entregar su carga.

Eso por no hablar de la agudeza visual y de reflejos que tienen que demostrar los conductores de autobús, que superarán en destreza sin problemas a un piloto de la NASA en pleno acople espacial. Los espacios para maniobrar se miden en centímetros… ¿qué digo? ¡En micras! Sólo hay que verlos aventurándose en alguna de las nuevas rotondas grises que alguien pensó que había que acercar al máximo con las escasas zonas de aparcamiento y de carga-descarga.

¡Ah! Y las farolas… ¡Qué ensoñación! Libres de contaminación, con personalidad propia para darle un aire renovado a la ciudad. Son un juego de luces bi-color que obligan a reflexionar sobre la calidez que irradian de los leds pese a su altura y que permiten, además, observar sin problemas lo humana que nos ha quedado esta parte de la ciudad.

Y para que nadie se olvide de que esa avenida es mucho más humana que las demás, ¿qué me dicen de las fronteras? ¿de las cicatrices urbanas? Me refiero a las zonas donde coexisten lo humano y lo no humano. No hay transición posible. Sólo bisturí. 

Como un antes y un después que nos recuerda, cada día, lo agradecidos que hay que estar a las mentes pensantes que nos han humanizado pese a que nadie se lo había pedido. Eso sí, 7,4 milloncejos ha costado el tema.