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Cenizas Cenizas
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N.A.

Amanece en la ciudad y llega un día en el que uno deja de amanecer con ella. Una vez mientras esperábamos en el andén al siguiente cercanías, con El Mundo en la mano, leímos en una de sus páginas la historia de Ariadna, una joven que un día decidió que no quería seguir en este mundo. “Entiendo que una persona pueda llegar a ese punto y tomar esa decisión, pero yo, desde luego, nunca lo haría”, coincidíamos mi amiga y yo mientras leíamos unas líneas que demostraban que lo que le pasó a Ariadna nos podría pasar a cualquiera pese a la ruda insistencia del ser humano en permanecer espectador de las desgracias ajenas. Podríamos ser Ariadna. Podríamos ser Ariadna porque el suicidio se ha convertido en la primera causa de muerte en los jóvenes españoles.

Llega un momento en el que las personas dejamos de ser nosotros y los hechos que vivimos para convertirnos en lo que queda de nosotros tras los hechos que vivimos. Y en esos momentos, en la vida de un adolescente hay mucho más que drogas y diversión, pese a lo que digan los titulares de los medios de comunicación.

Cada vez son más las series y películas que hablan del suicidio, que hablan de los cientos de miles de personas que padecen depresión, que padecen una enfermedad. Poco a poco se rompe el estigma que rodea a la salud mental, pero también hay una parte de la sociedad que no mira esas series pensando que son “cosas de jóvenes”. Jóvenes. Así, como grupo homogéneo. Como quien habla de marcianos o de una etapa traumática por la que todos pasaron en algún momento de la vida y prefieren no recordar. La soledad, la incomprensión, la ansiedad son lentes de aumento que agigantan las situaciones de  burlas, de engaños, de silencios… Y que las vuelven insoportables. Hemos aprendido a ignorar el dolor, a romantizar el abandono y a normalizar el estrés. Vivimos en un mundo que va excesivamente rápido como para que nuestro cuerpo aguante y excesivamente deprisa como para que nuestro cerebro lo asimile. Y nos hemos acostumbrado al no parar, a llegar al agotamiento y a trabajar- o intentarlo- por encima de nuestras posibilidades para no mirar a la vida a los ojos. Hemos ido dejando cenizas por el camino. Cenizas que hemos aprendido a no ver.