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Nuria Andrés

Decía un profesor mío que no hay mayor fascista que aquel que defiende eso de que cada uno puede hacer lo que le dé la gana. Y qué razón tenía con esto. Quizás porque la realidad de esta frase es que los ricos pueden hacer lo que quieran y somos los pobres los que tenemos que aguantar sus pijadas. Pijadas que llegan al extremo de pedir a domicilio hijos ajenos.

Si esta práctica ya era deplorable antes, mucho más lo es ahora, que esos niños nacen en Ucrania, bajo un manto de fuego, y en el vientre de una mujer que tiene que preocuparse de salvar su vida de las bombas, de salvar la vida de su bebé y de sobrevivir al parto.

Estos días vemos por la televisión a mujeres en la guerra huyendo con sus hijos, hijos viendo a sus padres morir por las calles y padres viendo morir a sus hijos, pero lo que no veremos en ningún sitio son las madres que en Ucrania se ven obligadas a vender a sus bebés porque están en una situación de absoluta precariedad.

Y sí, hay muchos que sacan a pasear el argumentario de “lo hacen porque quieren”. Pero no, no nos engañemos, verte abocada a alquilar tu vientre como si fueras un horno para gestar un hijo que luego tienes que dar a cambio de dinero, eso no es voluntad.  Es más, si hay contrato de por medio, nunca jamás es por propia voluntad. Ucrania ahora es el país donde más barato sale comprarse una criatura. Y los que dicen que esas mujeres lo hacen de buena fé, permítanme que lo dude. Yo, sinceramente, nunca he visto a Tamara Falcó o a alguien de su clase social convirtiéndose en materia prima para gestar a un niño y luego tener que darlo, pero sí que he visto imágenes de mujeres sangrando en pisos compartidos dando a luz a un bebé que luego no podrán cuidar porque lo tendrán que dar a una familia adinerada que lo pide por encargo.

Ahora, solo puedo imaginarme a esos bebés que un día serán adultos, y quizás, dentro de quince años, estarán en el colegio y la profesora les explicará la invasión de Rusia a Ucrania. Quizás entonces hagan cuentas y puede que caigan en la terrible realidad de que ellos nacieron en los brazos de una mujer que tuvo que parir bajo la metralla y que después, se vio obligada a vender a su hijo para tener un futuro mínimamente mejor.