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Nuria Andrés

El otro día, una periodista reconocida comentó que los jóvenes que pedíamos tener vida fuera del trabajo éramos unos flojos. Lo sorprendente de esto no es lo que haya dicho, sino el hecho de que lo haya reconocido públicamente. El verano está a la vuelta de la esquina y las cabeceras del medio en el que ella trabaja se preparan para gritar que España es el bar de Europa. Es una realidad que debemos aceptar: en este país faltan camareros dispuestos a trabajar 12 horas por 500 euros al mes.

Pues en periodismo ocurre lo mismo pero cambiando el sujeto a la frase: no hay directores dispuestos a pagar un salario digno a trabajadores que cubran bajas de verano. Frente a esto, lo único que queda es el lloriqueo, porque periodistas hay, desde luego. De hecho, las estadísticas demuestran que cada año se gradúan más de los aparentemente necesarios para trabajar.

La desequilibrada ley de la oferta y demanda de esta profesión hace que haya todo un arsenal de redactores dispuestos a darlo todo por un sueldo miserable. Lo que ahora nos preguntamos es por qué tenemos que sacrificar nuestra vida por un trabajo que, como mucho, te da una estabilidad de unos meses. Pues los que cuestionamos esto somos los flojos.

Flojo aquel que sale de la universidad y se va directo a la redacción para trabajar por 300 euros, los que no pueden apuntar nada en el calendario con antelación porque su futuro es incierto y flojos los que piden tener unos horarios que les permitan respirar. Flojos todos porque en el mundo de las imposiciones el único que se salva es el tirano.

Ojala poder calcular la cantidad de personas que habrán tenido que soportar a esa mujer decirles que si lo que querían era tener derechos, estaban en la profesión equivocada. Periodistas que han sido tachados de egoístas por pedir ser tratados como personas. Y me alegro que cada vez seamos más los “flojos” que pidamos un mínimo de calidad de vida, que nos neguemos a ser juzgados por nuestra posición de inferioridad. Porque si algo se aprende en la precariedad es que el trabajo nunca debería ser considerado un privilegio.