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Nuria Andrés

España entierra por fin la mascarilla. Conozco a más de uno al que esto le causa no un alivio, sino un dolor de cabeza. Este EPI ayuda a disimular bostezos, enfados y caras de aburrimiento. Ya les hemos cogido cariño, tanto que a muchos hasta les ha ayudado a disimular casos de corrupción. Ahora, todos nos vamos a volver a ver los dientes y algunos tendrán que explicar a cara descubierta por qué, después de dos años de pandemia, siguen intentando destruir el escudo de protección social.

Mañueco y García-Gallardo serán de los primeros que se estrenen. El de la ultraderecha tendrá que explicar, sin nada que le tape la cara, dos de los asuntos que, según él, quitan el sueño a los ciudadanos de Castilla y León. El primero, que se condene el asesinato a las mujeres. Ojo, que lo que le preocupa no es que las maten, sino que se quejen. Defiende que es mucho mejor hacer una ley que proteja a todas las personas por igual. En fin, yo le recomiendo que algún día se lea el Código Penal. A ver si él saca sus propias conclusiones.

Y el segundo es la reescritura de la historia para demostrar que los fascistas que dieron un golpe de estado o aquellos que bombardearon Gernika no eran tan malos, ni los que murieron tan buenos como se cree. Para García-Gallardo, los cuarenta años de dictadura y represión franquista no fueron suficientes. El hecho de que miles de republicanos estén enterrados en cunetas y otros en mausoleos no dice nada. Para él, la memoria de los que ganaron y sometieron al resto de conciudadanos se debería honrar. A lo mejor a lo que se refiere es a que hay que volver a llenar las plazas de águilas y las calles de nombres franquistas.

Las mascarillas han conseguido ocultar muchos asuntos, incluso se han disfrazado de parche barato para una crisis global que demandaba esfuerzo por parte de todos. Pero no sirven para esconder una política que se basa en la culpa la tiene el otro.

Porque si ya se descubrió que de nada servían las mascarillas si la población no se vacunaba, tampoco sirve echar balones fuera y pensar que el gran problema de un territorio son las mujeres que luchan por sobrevivir y los que defienden la memoria de sus abuelos que murieron fusilados.