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Fuego Fuego
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N.A.

Hay muertes que una nunca llega a comprender, que igual no se podían evitar, pero que te quedas con la sensación de que tendría que haberse hecho. Este verano, cuatro personas han muerto intentando apagar el fuego que devoraba el país. No hay trabajo en el mundo que merezca cobrarse el derecho de enviarte a la muerte, pero estas semanas atrás, además, hemos tenido que lamentar el fallecimiento de un hombre que intentaba salvar a sus caballos de las llamas y de dos voluntarios que intentaban acabar con el fuego. No les tocaba a ellos hacerlo, no era su trabajo y un ciudadano no tiene que arriesgarse contra un gigante. Esto nunca debería haber sido un David contra Goliat.

Cuando ocurren desgracias en este país, primero vienen los lamentos y luego las culpas. ¿A quién hay que señalar?, ¿Quién tenía que haberlo evitado?

Mientras escuchaba en la radio el ya clásico y rutinario debate de que si son las comunidades autónomas o es el Estado quien tiene la culpa y a los responsables de ambas decir que uno lo había hecho mejor que otro y que el otro quería más a su tierra que el uno, en una librería recordaban en su puerta que era el aniversario de la muerte de Federico García Lorca, otra muerte que España nunca ha querido explicar, levantaría muchas costras de cicatrices.

Él denunció el patriotismo vacío, a quienes lo usaban para manipular y en contra del pueblo trabajador. “¡Cuantas veces nos han hablado del patriotismo” decía, lamentándose de que los encargados de “danzar ante el sacro fuego de sus ideas” eran unos señores “muy ordinarios con bigotes tiesos y voces campanudas”. Aquí, yo recordaba los numerosos discursos que hemos oído estos días y las pocas disculpas que hemos escuchado. Si hablamos de muertes, hay más de uno que ha fallado.

Ahora que ya se empieza a ver la luz y no el humo de estos incendios, resuenan las palabras de Machado: “Los señoritos invocan la patria y la venden; el pueblo la compra con su sangre y la salva”.