EFE
Cuando diciembre cae sobre nosotros, hay un recuerdo que me viene a la cabeza antes que cualquier villancico. Es una columna de Almudena Grandes que se titula La voz de mi madre. Habla de cómo, para ella, su madre revivía en un villancico cada navidad. Precisamente, volvía a vivir en el villancico que siempre cantaba en vida. Cuando llegan estas fechas, me doy cuenta de lo frágil que es la voz, de cómo puede ser tan doloroso sentir que desaparece. Porque a mí también me cuesta cada vez más recordar la voz de mis abuelos y cuando logro recordarla es en frases muy concretas que antaño solían decir. Pero no hay nada que les devuelva más a la vida que su voz. Como escribía Almudena Grandes, en una fotografía están ellos solos, pero en su voz, estamos los dos.
Estas navidades habrá otra voz que parpadeará intermitente mientras luchamos para que no se apague definitivamente: La de Robe Iniesta. Son muchos los artistas que se cuelan en los bares, pero escasean aquellos que logran hacerlo en las venas. Cuando uno escuchaba a Robe Iniesta costaba creer que el cantante no fuera de Teruel.
Su rock de un frío tan intenso como las noches gélidas de nuestra ciudad hablaba del miedo a ser olvidado, de cómo el tiempo pasa y nada cambia, de lo duro que es sentirse solo.
Robe venía de Extremadura, una tierra que también se ve obligada a luchar para existir. Por eso, sus reivindicaciones eran también las nuestras. Cuando le otorgaron la Medalla de Extremadura, en su discurso, lo que pidió fue locales de ensayo para los jóvenes de todos los pueblos de la región. Porque esto es lo que pasa cuando vives en el mundo rural, que todos los días tienes que demostrar que tú también tienes derecho a estudiar, a jugar, a aprender y, en este caso, a ensayar.
Robe fue compañía. En rupturas, tardes de domingo, paseos. Siempre que intentabas encontrar una explicación a todas aquellas cosas que no tienen explicación, aparecía él. Lo echaremos de menos, pero, al menos, su voz la tenemos grabada.
Estas navidades habrá otra voz que parpadeará intermitente mientras luchamos para que no se apague definitivamente: La de Robe Iniesta. Son muchos los artistas que se cuelan en los bares, pero escasean aquellos que logran hacerlo en las venas. Cuando uno escuchaba a Robe Iniesta costaba creer que el cantante no fuera de Teruel.
Su rock de un frío tan intenso como las noches gélidas de nuestra ciudad hablaba del miedo a ser olvidado, de cómo el tiempo pasa y nada cambia, de lo duro que es sentirse solo.
Robe venía de Extremadura, una tierra que también se ve obligada a luchar para existir. Por eso, sus reivindicaciones eran también las nuestras. Cuando le otorgaron la Medalla de Extremadura, en su discurso, lo que pidió fue locales de ensayo para los jóvenes de todos los pueblos de la región. Porque esto es lo que pasa cuando vives en el mundo rural, que todos los días tienes que demostrar que tú también tienes derecho a estudiar, a jugar, a aprender y, en este caso, a ensayar.
Robe fue compañía. En rupturas, tardes de domingo, paseos. Siempre que intentabas encontrar una explicación a todas aquellas cosas que no tienen explicación, aparecía él. Lo echaremos de menos, pero, al menos, su voz la tenemos grabada.
