

EFE
En la vuelta al colegio, el primer día es el más duro. A los reencuentros con viejos amigos se suma, también, el tener que ver a algún indeseable que creías haber olvidado. Septiembre es sinónimo de nuevos comienzos. Para aquellos que tienen la burla y la humillación como razón de vivir, es, además, su mes favorito para demostrar que el odio que tenían guardado no se ha disipado entre las olas del mar de agosto, si no que esperaba agazapado a poder expandirse con la llegada del otoño.
Los gritos, vejaciones y mofas que escuchábamos en los pasillos del instituto en el primer día de clase se trasladaron la semana pasada al Congreso con unas jornadas que negaban la violencia machista. Como si las cifras se pudieran negar. Como si las más de 20 mujeres asesinadas en 2025 a manos de un hombre no hubieran existido.
No se puede decidir a qué víctimas defender y a cuáles no, igual que no se puede amparar el odio bajo la premisa de que “hay que escuchar todas las voces”. El paraguas de la libertad de expresión es amplio, pero nunca debería proteger a aquellos cuyo único objetivo es humillar. Menos aún en la casa de la soberanía popular. Un lugar que debería velar por proteger los derechos de todos los ciudadanos y no por amplificar los insultos a las mujeres, víctimas de violencia de género y personas trans.
El eco del odio que no se frena en los pasillos de los colegios resuena, años más tarde, en las aulas de las universidades y su alcance, visto está, puede llegar hasta la casa que representa a todos los españoles. Los comentarios jocosos sobre la identidad de una persona no hacen gracia. No deberían.
Solo buscan hacer daño. Igual que mentir sobre ese ínfimo porcentaje que representan las denuncias falsas. A nadie en su sano juicio se le pasaría por la cabeza celebrar unas jornadas cuestionando el daño que ha hecho el terrorismo en nuestro país. No se duda de su crueldad, ¿Por qué no pasa esto con los hombres que matan a mujeres?
Los gritos, vejaciones y mofas que escuchábamos en los pasillos del instituto en el primer día de clase se trasladaron la semana pasada al Congreso con unas jornadas que negaban la violencia machista. Como si las cifras se pudieran negar. Como si las más de 20 mujeres asesinadas en 2025 a manos de un hombre no hubieran existido.
No se puede decidir a qué víctimas defender y a cuáles no, igual que no se puede amparar el odio bajo la premisa de que “hay que escuchar todas las voces”. El paraguas de la libertad de expresión es amplio, pero nunca debería proteger a aquellos cuyo único objetivo es humillar. Menos aún en la casa de la soberanía popular. Un lugar que debería velar por proteger los derechos de todos los ciudadanos y no por amplificar los insultos a las mujeres, víctimas de violencia de género y personas trans.
El eco del odio que no se frena en los pasillos de los colegios resuena, años más tarde, en las aulas de las universidades y su alcance, visto está, puede llegar hasta la casa que representa a todos los españoles. Los comentarios jocosos sobre la identidad de una persona no hacen gracia. No deberían.
Solo buscan hacer daño. Igual que mentir sobre ese ínfimo porcentaje que representan las denuncias falsas. A nadie en su sano juicio se le pasaría por la cabeza celebrar unas jornadas cuestionando el daño que ha hecho el terrorismo en nuestro país. No se duda de su crueldad, ¿Por qué no pasa esto con los hombres que matan a mujeres?