

Me enorgullece que la gente condene la violencia. Me encanta que la gente se indigne por los daños ocasionados en la final de La Vuelta Ciclista. 22 policías heridos, que ojalá nunca lo hubieran estado. Ojalá nunca hubiera existido un domingo en el que estos tuvieran que volver con contusiones a sus casas. Ojalá la gente no hubiera tenido que salir a las calles a condenar un genocidio, a decir que asesinar a más de 65.000 personas en apenas dos años esta mal.
Me costaría creer que todos aquellos indignados por las lesiones que sufrió la policía, no se enfurecen, todavía más, por la masacre que se está cometiendo en Gaza. No lo podría entender. Imagino que aquellos que creen que suspender un evento deportivo por una protesta es intolerable, también empatizan con los cientos de miles de palestinos desplazados que no es que hayan visto su libertad cercenada un día, sino que se la han arrancado de cuajo bajo la amenaza de morir devorado a tiros o por las bombas.
Que La Vuelta no entiende ni de política ni ideologías, como tampoco lo hacen los niños de Gaza o Cisjordania. Pero ellos sí sufren cada día la invasión a sus hogares o el ver mutilados a sus padres o hermanos.
El domingo pasado, Madrid estaría lleno de turistas que no pudieron pasear por el centro tranquilamente, pero en Gaza llevan muchos domingos paseando entre escombros buscando los restos o lo poco que queda de sus familiares. Con niños por las calles -o lo que fueron en su día calles- preguntándose si cuando los maten, les crecerá el brazo que les han mutilado.
En España, sabemos y entendemos lo que es la guerra, aunque muchos se empeñen en ocultarla. Por eso, me enorgullece ver a una sociedad tan comprometida con el ‘no’ a la violencia. Ni policías heridos, ni vallas por los suelos ni disturbios en las calles de ninguna ciudad de España. Igual que, imagino, en sus casas también claman: ni niños asesinados, ni mujeres mutiladas, ni hombres ametrallados en ninguna ciudad de Palestina.