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Terror Terror
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Nuria Andrés

Un auténtico “terror”. Así definían lo vivido el jueves pasado los alumnos de un instituto de Jérez de la Frontera cuando, uno de sus compañeros de clase, que solía ir solo en el recreo, se sentaba en primera fila, traía los deberes hechos y  “no hablaba mucho en clase”, empuñó dos cuchillos y la emprendió contra profesores y compañeros.

Un chico que, después, cuando consiguen retenerlo y dos agentes le cogen, no se enfrenta a ellos sino que les expresa que “ya no puede más” que, al final, “ha estallado”.

Se dice que su centro escolar no tenía abierto ningún protocolo de acoso, que era un chico tranquilo y que no había tenido incidentes de gravedad. ¿Acaso estar solo en el recreo no es un incidente de gravedad? Interiorizar con apenas 14 años que nadie quiere jugar contigo, ¿no es para encender las alarmas?

Compañeras suyas de clase recalcaban a medios de comunicación que en los grupos solía ir solo y que igual “alguna vez se reían de él”, pero nada “más grave que eso”. ¿A un niño tienen que pegarle una paliza para que su alrededor reaccione al respecto? ¿Hasta cuándo van a seguir cerrando los ojos en los colegios?

Que un niño no tenga amigos no es que sea grave, es que es gravísimo. Ese niño llega a clase y cada día se encuentra con la realidad de que no gusta, de que no es suficiente para el resto de sus compañeros como sí lo son los demás, que no puede ser él mismo porque se enfrenta a burlas y vejaciones. Y cuando se pasan por alto las humillaciones, ahí sí. Ahí llega la paliza del gracioso de la clase que tiene que ir un paso más allá, y entonces “son cosas de críos” y “se tienen que entender entre ellos”.

Una víctima no se puede entender con su agresor. No es su deber. Es, en todo caso, su castigo. Un profesor debe estar ahí para arropar al agredido, ya sea víctima de una paliza, de una humillación o de tener que esconderse en los recreos porque nadie quiere jugar con él, porque la soledad, con apenas 14 años, también es un auténtico terror.