

Las ciudades se vacían en agosto. Hace poco, se estrenó Miércoles, una serie que habla de la muerte y que reivindicaba, para su puesta de largo, que las ciudades también fallecen ahora. En agosto, conviven dos tipos de personas: los que se van de vacaciones y los que redescubren lugares inhóspitos de su ciudad, que siempre habían estado ahí, pero siempre llenos de gente.
Esto mismo pasa con las noticias, en el agosto informativo, redescubrimos aquellas que ya conocíamos, pero que, durante el resto del año, quedan difuminadas en el tsunami de actualidad.
Este agosto, hemos conocido las vacaciones en Gaza. Otra ciudad muerta y de muertos. No solo en agosto, desde hace años. Entre las alegres noticias de playas paradisiacas, los destinos turísticos más visitados o los planes alternativos para el verano, luego aparece otra que nos hace contener el aliento y es la masacre de Palestina.
Comer es un acto suicida en Gaza y, aun así, los niños acuden a esos lanzamientos de comida, aún a riesgo de morir aplastados. Vivir o incluso respirar en Gaza es considerado acto terrorista. Se mueren ante nuestros ojos. De vez en cuándo, nos preguntamos, como ciudadanos, cómo podemos parar esto, aunque claro, a nadie le enseñan en la escuela a detener un genocidio. No es excusa, pero nos conformamos con ello. Llevamos cerca de dos años escuchando cómo cientos de niños son asesinados.
Ahora, directamente, les vemos en los huesos, a punto de morir de inanición. Imágenes retransmitidas en el telediario y después de este, una película de tarde. En verano, también se recuperan viejas glorias cinematográficas. Algunas que renacen son sobre la crueldad del Holocausto, ¿Cómo se ha podido olvidar tan pronto? La memoria colectiva se prende muy rápido, pero luego se apaga a la misma velocidad.
El verano que viene, no sabemos qué estaremos haciendo, pero cada vez, parece más real que la Riviera gazatí de Trump aparezca en las revistas de viajes.
Esto mismo pasa con las noticias, en el agosto informativo, redescubrimos aquellas que ya conocíamos, pero que, durante el resto del año, quedan difuminadas en el tsunami de actualidad.
Este agosto, hemos conocido las vacaciones en Gaza. Otra ciudad muerta y de muertos. No solo en agosto, desde hace años. Entre las alegres noticias de playas paradisiacas, los destinos turísticos más visitados o los planes alternativos para el verano, luego aparece otra que nos hace contener el aliento y es la masacre de Palestina.
Comer es un acto suicida en Gaza y, aun así, los niños acuden a esos lanzamientos de comida, aún a riesgo de morir aplastados. Vivir o incluso respirar en Gaza es considerado acto terrorista. Se mueren ante nuestros ojos. De vez en cuándo, nos preguntamos, como ciudadanos, cómo podemos parar esto, aunque claro, a nadie le enseñan en la escuela a detener un genocidio. No es excusa, pero nos conformamos con ello. Llevamos cerca de dos años escuchando cómo cientos de niños son asesinados.
Ahora, directamente, les vemos en los huesos, a punto de morir de inanición. Imágenes retransmitidas en el telediario y después de este, una película de tarde. En verano, también se recuperan viejas glorias cinematográficas. Algunas que renacen son sobre la crueldad del Holocausto, ¿Cómo se ha podido olvidar tan pronto? La memoria colectiva se prende muy rápido, pero luego se apaga a la misma velocidad.
El verano que viene, no sabemos qué estaremos haciendo, pero cada vez, parece más real que la Riviera gazatí de Trump aparezca en las revistas de viajes.