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Waterloo Waterloo
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Nuria Andrés

Nos hemos inmunizado ante los actos horrorosos, quizás esta sea la única explicación existente para no morirnos de vergüenza cuando los datos nos dicen que los huesos- no identificados- de alrededor de 130.000 víctimas de la represión franquista siguen criando larvas bajo tierra. No fue este el único destino de los españoles que luchaban para que sus hijos e hijas no tuvieran que vivir cuarenta años bajo una dictadura. En los tres primeros meses de 1939 se vieron obligados a abandonar el país casi medio millón de personas. 

Comparar este espeluznante capítulo de nuestra historia con las ansias independentistas de parte de la población no sólo es populista y desacertado, sino que además es tremendamente vergonzoso si lo asemejas con Carles Puigdemont. Y esto fue lo que hizo Pablo Iglesias en Salvados. 

El vicepresidente puso al mismo nivel el fastuoso Erasmus de Puigdemont y las lágrimas de todos aquellos que tuvieron que abandonar su tierra huyendo de la metralla. Se asemeja a una dictadura fascista con un Estado de derecho del que Iglesias no solo forma parte, sino que es vicepresidente.

No basta con decir que ambas situaciones no son comparables, sino que representan valores antagónicos: los exiliados republicanos lucharon por defender la legalidad y en contra de aquellos que, como Puigdemont, abusaron de su poder para atentar contra los derechos de las minorías.

¿Esto quiere decir que Pablo Iglesias ya no es el adalid de los valores republicanos que él tanto defendía? No, el vicepresidente conoce perfectamente lo que es la Memoria democrática y lo que supuso la Guerra Civil en España, pero Iglesias sucumbió al discurso nacionalista de los que se apuntan a la juerga de “el Estado nos roba”. Iglesias no se avergüenza de su respuesta porque es consciente de que la comodidad de Puigdemont en Waterloo no se asemeja a las condiciones en la que riadas de españoles derrotados cruzaron la frontera de su país. Por eso,  su comparación es mucho más que un simple error, forma parte de una política interesada por unos cuantos votos en Cataluña, porque sabe que necesita tener cerca a los partidos nacionalistas para ampliar su posición en el futuro. Un cálculo ambicioso en el que compra el discurso de la burguesía catalana y abandona a su suerte a todos aquellos que un día confiaron en él para defender los valores republicanos.