

Ahora le toca el turno al Partido Popular. Después de semanas de azote al Partido Socialista por corruptelas presuntamente vinculadas a personajes de los que jamás se sospechó, como el inefable Santos Cerdán, toma el relevo el exministro popular Cristóbal Montoro y sus mariachis, altos cargos en el Ministerio de Hacienda en gobiernos de Aznar y Rajoy. Corrupción a lo grande. Recuperan aire los socialistas sitiados argumentalmente; los populares que más gritaban se despistan; y los periodistas que hacen de oposición al Gobierno, a ratos mejor que los propios líderes opositores, practican el salto mortal con pirueta. Los medios de comunicación tienen varias clasificaciones, una de ellas “prensa atrincherada”. Fíjense y los distinguirán: dramatizan lo de unos y minimizan lo de otros; o no lo publican. Llegará otro escándalo y vuelta a empezar.
El aprovechamiento político del inacabable dislate, según encuestas, beneficia a Vox sin hacer nada, o poco. Y lo intenta capitalizar, aunque sin éxito aún, Ione Belarra, secretaria general de Podemos, que le echa “la culpa de la corrupción al bipartidismo”, como si otras fuerzas políticas fueran inmaculadas. “La corrupción se encuentra en relación directa con el encargo de gestión a cada fuerza política, bien sea para financiar el partido, o para lucro personal”, escribe el notario Juan José López Burniol. En su despacho veía firmar escrituras sin fin, antes de la crisis del 2008, de dudoso pago, sobre todo con entidades ya desaparecidas. Y concluye: “el núcleo central de la corrupción no se halla en los corruptos, sino en los corruptores, en los que corrompen y compran(…) Salen los nombres de Abalos, Cerdán, Koldo o Montoro pero no las compañías beneficiarias y, menos aún, el nombre de sus dueños o directivos”
Y mientras, se cuecen algunos estallidos como el lamentable episodio de Torre Pacheco en Murcia. Esta semana estuvimos en la zona, en Mazarrón, para compartir un coloquio público con mi colega Pedro Piqueras, periodista solvente y sensato. Detectamos el miedo en otras localidades similares a que pueda sucederles algo así. Todo empieza con un recalentón en redes, luego declaraciones irresponsables de poderes políticos, personajes provocadores a la acción “venidos de fuera”, según insisten en la localidad del conflicto, y conversión en plató de televisión y de redes manchando el nombre del pueblo a perpetuidad.
La pregunta de Piqueras, después de haber explicado al detalle que sin una perversa utilización de las redes esto no pasaría, es demoledora: “Y si se van los inmigrantes, ¿quien recogerá los deliciosos melones de Torre Pacheco?”.
El “hay que echar a 8 millones de emigrantes”, como ha dicho Abascal, calienta estas situaciones y alimenta el odio. Es una irresponsabilidad moral, social y económica. Puro seguidismo de Donald Trump. Con ocho millones de emigrantes menos en España, calculen cuántos restaurantes se paralizarían, cuántas toneladas de melones y aceitunas quedarían en los campos por recoger, autobuses y taxis sin conducir, bebés y personas ancianas sin cuidar, obras en construcción paralizadas, sin médicos y enfermeras para atender a pacientes y tantos otros oficios y profesiones diezmadas.
Es una injusticia histórica, además, porque millones de españoles emigraron a América, a Francia, Alemania o Suiza para sacar sus familias adelante. Pero también es un despropósito racional que solo se explica por la adscripción a un populismo barato que conduce al caos. La pregunta, parafraseando a Lopez Burniol, sería si la responsabilidad termina en los actores, algunos ya detenidos, o en los inductores y beneficiarios.