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No disfrutadas No disfrutadas
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Raquel Fuertes
Me subo al taxi en un día valle entre dos olas de calor. La verdad es que la temperatura sigue siendo sofocante, aunque aún no haya llegado la siguiente cresta del inminente episodio extremo. Viendo en el horizonte las vacaciones los males por sudor son menos, pero los últimos días antes del “merecido descanso” se hacen rarunos. Esa sensación de “fin del mundo” en un momento en el que todo tiene que quedar terminado bajo amenaza de catástrofe en caso contrario.

Parece mentira que año tras año caigamos en esa trampa y no recordemos que al verano le sigue el otoño y que pocas cosas hay que no se puedan arreglar con trabajo y profesionalidad pasado agosto. En esas iba cuando el taxista me ha debido ver falta de conversación (evidentemente no era consciente de que no me gusta hablar cuando viajo) y ha empezado por el socorrido calor y ha continuado por su cuñado.

Me cuenta el joven (también los taxistas son ya más jóvenes que yo) que su cuñado el año pasado decidió trabajar en vacaciones para tener así paga doble. El hombre debió ganar un dinerillo extra (que nunca viene mal), pero también tiene claro que es la última vez que, si la economía se lo permite, no disfruta de sus vacaciones. Arrepentido por no haber tenido el descanso es poco.

Y es que las vacaciones no tienen por qué ser en los incomparables marcos que te proporcionan más likes en Instagram. Ni en destinos exóticos inalcanzables para la mayoría. Ni en resorts a 1.000 euros la noche.  

Uno se puede quedar tan ricamente en su casa y redescubrir su pueblo o su ciudad sin estar atado a relojes ni obligaciones. Leer, pasear, ver series… Y quedar con amigos y familia. Improvisar, descansar, desconectar y divertirse.

Y si uno tiene pueblo, todo un lujo. Volver al lugar donde pasó la juventud o los veranos de la infancia. No se necesita más que buena compañía y tener el ánimo dispuesto para esa desconexión reparadora. Sin grandes expectativas, pero con esa sensación de libertad que da librarse de la atadura de las alarmas y las agendas. Fórmula infalible para que las vacaciones no figuren luego como no disfrutadas.