

Hace años fui profe. Sólo por un curso y de niños, bueno, adolescentes, muy especiales. Recuerdo que cuando les explicaba lo que íbamos a hacer en clase siempre alguno recurría al “no puedo” buscando el escaqueo. Mi frase de aquellos tiempos era “‘no puedo’ no se dice”. Y así conseguimos (ellos y yo) superar la desgana. Y el miedo al fracaso. Enfrentarse a lo que no se sabe hacer haciéndolo.
Esa estrategia de tirar para adelante a pesar de las dificultades es una constante en muchas vidas. Ahora lo llaman resiliencia y queda fetén, pero luchadores de lo cotidiano y de lo extraordinario habitan desde siempre entre nosotros.
Aunque cada vez menos. Y no porque no quieran sino porque llega un momento en el que, de verdad, no se puede. Hoy me cruzaba por la calle con una joven de esas que ves espabiladas a rabiar y con tablas. Hablaba por teléfono y comentaba con mezcla de rabia y resignación “No me puedo permitir comprarme un piso”.
Me ha dejado pensando un buen rato. Si una chica así (preparada y con arrestos) reconocía su impotencia, ¿qué pasará con la gran mayoría que mantiene sus miedos al nivel inversamente proporcional a su cuenta corriente e ingresos? ¿Realmente van a dejar de poder todos a la vez? ¿Cómo arrancarán nuevas familias si no tienen acceso a lo más básico para independizarse?
La impotencia tiene múltiples caras y una de ellas es la de la juventud española actual. Rodeados de políticos sin escrúpulos (pongan el color que quieran a esos políticos, a mí ya no me vale ninguno) que se dedican a sus corruptelas y discusiones de corrala, la verdad es que no hay nadie que hoy se dedique a aquello que cacareaban hace unos años: los problemas reales de la gente.
Así vamos viendo cómo los ‘no puedo’ se extienden a independizarse, ir por una carretera en condiciones, tener trenes que no fallen los días pares y los múltiplos de tres, una justicia a la que dejen actuar en equidad, recibir un salario acorde al poder adquisitivo en vez de uno llamativo a la vista pero con el que ya no se llena la cesta en el súper… En fin, tantas y tantas cosas que ahora ya no me atrevería a decir “‘no puedo’ no se dice”.