

Igual que la Navidad despierta nuestros recuerdos, a mí me pasa con la Semana Santa. Recuerdo que me compraba unas zapatillas blancas de loneta (eran imitación de las Victoria y en la misma línea de las Converse que hoy cuestan un potosí) y también fantaseaba con la idea de ponerme manga corta. Las zapatillas (con calcetines) aún tenían algún pase en esas primaveras del pueblo, pero la manga corta creo que ni viajaba (con buen criterio) en las maletas que preparaba mi madre.
Dice la RAE en su segunda acepción que la nostalgia es “tristeza melancólica originada por el recuerdo de una dicha perdida”. Demasiado rebuscado. Me quedo con la definición de mi hijo cuando era pequeño (no es una contradicción con lo que viene a continuación): “nostalgia es cuando te acuerdas de cuando eras pequeño y te dan ganas de llorar”. Quizás eso es lo que los académicos querían decir con la “dicha perdida”.
Yo tenía, tengo, dos pueblos: Cedrillas y El Castellar. Afortunadamente, la rosca se comía en días distintos (creo que en uno era el Domingo de Resurrección y en otro el Lunes de Pascua, ya no me alcanza la memoria) y podía planificar dos tardes de merienda para darle salida a aquellas enormes roscas con dos huevos duros que algunos años se acumulaban por decenas. Los abuelos, los tíos, algún amigo de la familia… Venga roscas por todas partes. Recuerdo la yema de huevo reverdecida, no sé si por el exceso de cocción o porque alguna se nos pasaba de fecha cuando la caducidad no eran más que unos códigos extraños en la tapa de los yogures. A mí me encantaba y otros la detestaban.
Cada año planeábamos subir los primos o los amigos al depósito de El Castellar (aún no estaba la alberca) a merendar. Pero el tiempo de marzo y abril por estos lares no solía dar tregua y al final los planes se tenían que trasladar al interior, junto a alguna estufa de leña, que la calefacción aún no se estilaba. Ahora todo son viajes rápidos, con precios estratosféricos, con planes instagrameables o con experiencias gastronómicas astronómicas. Algunos aún volvemos al pueblo e intentaremos lo de la rosca o el reencuentro con familia y amigos, Aunque quede lejos del postureo, es lo más próximo a revivir, con nostalgia, los días que no volverán.