Página en blanco
Escribir no consiste en alzar la voz por encima de los demás, sino en tratar de comprender aquello que duele o no termina de encajarHay días en que las palabras no llegan. Abro el documento, miro la pantalla y el cursor parpadea, marcando un tiempo que no avanza. La columna debe escribirse, pero algo en la cabeza se resiste. Y ahí está, otra vez, el síndrome de la página en blanco, tan antiguo como la escritura misma, tan moderno como el cansancio que arrastramos. Escribir una columna de opinión exige algo más que tener ideas, se debe tener algo que decir. Y hay semanas en las que el mundo parece repetir su propio guion. Las noticias son las mismas, los escándalos también, y las palabras se desgastan de tanto usarlas. Entonces me pregunto si vale la pena sumar otra voz al coro, si el silencio no sería una forma más honesta de participar.
No es falta de temas, es saturación. Todo pasa rápido, todo indigna, todo exige una reacción inmediata. Y en medio de ese ruido, la reflexión se vuelve un lujo. El columnista, que debería observar, termina compitiendo con la urgencia. Opina por costumbre, escribe por obligación. Y, sin embargo, en el fondo, lo que anhela es volver a sentir que cada palabra tiene sentido.
La página en blanco nos recuerda que el pensamiento necesita pausas, que no siempre se puede opinar con claridad sobre lo que aún no se ha comprendido. A veces, es necesario escuchar la voz interior y buscar una opinión legítima entre tanto jaleo. Escribir no consiste en alzar la voz por encima de los demás, sino en tratar de comprender aquello que duele o no termina de encajar.
Quizá el reto real para quien escribe columnas no sea llenar el espacio cada semana, sino reconocer que el silencio también comunica. Hay días en los que abstenerse de escribir es, en realidad, una forma más sincera de reflexionar. Y cuando, por fin, vuelven las palabras, lo hacen con la humildad que merecen los lectores.
Ante la angustia de la página en blanco, es posible observar la realidad desde otra perspectiva. A veces, es más honesto admitir que no siempre hay algo que decir, y que el verdadero poder de las palabras reside en saber cuándo es mejor guardar silencio.
