

EFE
Al final, la responsabilidad de perdonar siempre acaba cayendo en el otro. Basta con buscar en el diccionario alguna que otra definición de la palabra ‘perdón’, hablan de “liberar” a alguien del castigo, la culpa o el resentimiento. En lo personal, dicen, es dejar de “guardar rencor”, vamos, como si al final, el esfuerzo de perdonar lo tuvieras que cargar tú como una losa.
Pero, pedir perdón no es, o no debería ser, algo sencillo. Conlleva unos mínimos. El más simple de ellos: reconocer el daño. Por ejemplo, reconocer que los ciudadanos no tenemos por qué aguantar que un solo céntimo de nuestro bolsillo vaya a parar a concursos amañados de obras públicas o que millones de personas han estado pagando para recibir unos servicios y ese dinero, presuntamente, ha ido a parar a la billetera de algún que otro personaje.
El más complicado: asumir la responsabilidad que a cada uno le toca. Si es indecente tener en tu núcleo a dos personas que se investiga si se enriquecían a costa de los españoles, también lo es decir que no tenías ni idea de lo que estaba ocurriendo, porque el trabajo de los dirigentes es elegir a los mejores y, sobre todo, darse cuenta de qué calaña es cada uno de los que te rodean.
Tener en tu equipo de trabajo a dos individuos que, supuestamente, sin importarles si quiera si el país vivía uno de sus momentos más duros, se dedicaron a meter billetes en sus bolsillos y después continuaron mirando a los ojos a los ciudadanos como si nada hubiera pasado, como si ese dinero no fuera suyo, es muy grave. Es reírse en la cara de millones de personas.
Millones de personas que, en su día, fueron a votar y eligieron a un representante que administrara correctamente sus impuestos, para que se construyeran hospitales, que aumentaran las becas, que se abaratara el precio del transporte público. Todo ello, pagado con sus impuestos, con el dinero que ellos han ganado y si eso no se ha sabido hacer, no se merece un perdón.
Pero, pedir perdón no es, o no debería ser, algo sencillo. Conlleva unos mínimos. El más simple de ellos: reconocer el daño. Por ejemplo, reconocer que los ciudadanos no tenemos por qué aguantar que un solo céntimo de nuestro bolsillo vaya a parar a concursos amañados de obras públicas o que millones de personas han estado pagando para recibir unos servicios y ese dinero, presuntamente, ha ido a parar a la billetera de algún que otro personaje.
El más complicado: asumir la responsabilidad que a cada uno le toca. Si es indecente tener en tu núcleo a dos personas que se investiga si se enriquecían a costa de los españoles, también lo es decir que no tenías ni idea de lo que estaba ocurriendo, porque el trabajo de los dirigentes es elegir a los mejores y, sobre todo, darse cuenta de qué calaña es cada uno de los que te rodean.
Tener en tu equipo de trabajo a dos individuos que, supuestamente, sin importarles si quiera si el país vivía uno de sus momentos más duros, se dedicaron a meter billetes en sus bolsillos y después continuaron mirando a los ojos a los ciudadanos como si nada hubiera pasado, como si ese dinero no fuera suyo, es muy grave. Es reírse en la cara de millones de personas.
Millones de personas que, en su día, fueron a votar y eligieron a un representante que administrara correctamente sus impuestos, para que se construyeran hospitales, que aumentaran las becas, que se abaratara el precio del transporte público. Todo ello, pagado con sus impuestos, con el dinero que ellos han ganado y si eso no se ha sabido hacer, no se merece un perdón.