

Malos enemigos los tres. Europa debe fortalecerse y cuidarse. Van a por nosotros. Putin interfirió con sus bots y sus hackers en el Brexit y triunfaron -con Steve Bannon, asesor de Trump, y la extrema derecha nacionalista británica- logrando que la Unión Europea perdiera a su segunda potencia. Después invadió Ucrania y allí sigue. Putin provoca ahora con drones violando espacios aéreos de países de la UE fronterizos. Hay miedo en la población y tensión en la OTAN.
Trump aprovechó la Asamblea General de Naciones Unidas -que vive un amargo 80 cumpleaños porque comprueba su debilidad- para arremeter contra Europa. Demasiados derechos y mucha sensibilidad para sus proyectos ejecutivos; demasiadas exigencias para preservar el medio ambiente y denuncia molesta de las atrocidades en Gaza. Por eso aplica aranceles abusivos, que duelen más que los discursos agresivos, perjudicando las economías europeas. Pregunten en Las Marcas, en Italia, por su decadencia económica; hablen con los exportadores agrícolas y tecnológicos españoles y franceses. Ahora, a los laboratorios farmacéuticos les quiere imponer tasas del cien por ciento en sus exportaciones a Estados Unidos.
Y el tercer enemigo declarado, Netanyahu, el carnicero. Denunció los 1.200 muertos en el ataque terrorista de Hamas -que condenamos todos- pero no se refirió a las más de 65.000 personas que ya lleva eliminadas en su venganza, entre ellos 19.000 niños, por bombas o por hambre, al interferir o impedir la ayuda humanitaria.
Tampoco se refirió a sus proyectos inmobiliarios de lujo en la Franja de Gaza de donde expulsa a la población sin piedad, potencial urbanístico que reconoció su ministro de Finanzas, Bezael Smotrich y había presentado Donald Trump por adelantado. Escandaloso. Turismo de lujo en suelo devastado por la barbarie.
Europa es el freno a esa masacre y los gobiernos de Francia, Reino Unido y Portugal -al tiempo que Canadá y Australia- se han sumado en estos días a ese rechazo frontal que inició España -un orgullo-, con Irlanda, Eslovenia y otros pocos, y que aún le cuesta aceptar al ejecutivo alemán. El complejo por la historia de horror pasado, no puede tapar el horror actual.
La grave situación conduce a la división entre estados y también en cada uno de ellos, donde se han dado crisis de gobierno por no denunciar el genocidio, como en Países Bajos y Bélgica. Y división hasta en partidos, como es el caso del Partido Popular español donde los presidentes de Galicia y Andalucía hablan ya de genocidio, mientras la presidenta madrileña, con Aznar y Abascal, apoyan a Israel. En medio, navegando, queda su presidente, Núñez Feijóo, con poco margen de maniobra tras el decidido y admirado discurso del rey Felipe VI en Naciones Unidas denunciando la masacre en Gaza. Don Felipe partió de la historia común de España con los sefardíes; no va contra Israel, sino contra la barbarie. A Feijóo, ante ese difícil tablero internacional, se le ve más cómodo comentando en España las resoluciones del juez Peinado y su errática instrucción a Begoña Gómez, esposa de Pedro Sánchez.
El problema de Europa es mayor porque no solo están sus tres enemigos exteriores declarados, sino los aliados internos a favor de la agresión. La extrema derecha europea se alinea con Trump, los húngaros de Orban con Putin y dirigentes aislados con Netanyahu.
Entretanto, China aprovecha su oportunidad y se ha presentado en la ONU abriéndose al mundo. El espacio que cierra Trump, quiere ocuparlo China; en Europa y más allá. Buen negocio, Donald.