

El periodista estadounidense Tony Cavin, de la NPR Network (Radio Nacional Pública) describe así el cambio de trabajo de los informadores: “Antes, al caer el día, iba acabando la jornada laboral. Ahora un tuit de Trump, o de Elon Musk, de madrugada, te desmonta el informativo”. En México, sostiene Amada Castañón, de Tele Azteca, pase lo que pase, no se mueve nada hasta que la presidenta Claudia Sheinbaum hable en Las Mañaneras, informativo diario de una hora para periodistas seleccionados. Se encontraba la presidenta elogiando los avances en seguridad, hace tres semanas, cuando le comunicaron que acababan de asesinar a dos colaboradores directos de la jefa de Gobierno. O en Ecuador, con el presidente Daniel Noboa, se ignora a cualquier medio no afín, denuncia José Hernández, director de noticias de Ecuavisa, empujándolo a la irrelevancia.
Estábamos en esa interesante conversación en Lima, en la Asamblea de la AIL (Alianza Informativa Latinoamericana), cuando llegó la noticia bomba de que dimitía el número tres del PSOE, Santos Cerdán, por presunta corrupción; y comparecía de emergencia, compungido, el presidente español Pedro Sánchez. No era el disparo de un tuit, ni tiros de muerte en la calle, ni la ignorancia premeditada, sino baterías de audios escandalosos captados en una investigación de la Guardia Civil cuyo contenido deplorable noqueó a millares de socialistas. Y crearon la más grave crisis política en siete años de gobierno de Sánchez. Sin descartar nuevas revelaciones. En España, la batalla política va de disparar audios y de decir que “no” a todo. Incluso a celebrar el 40 aniversario de la feliz incorporación a la Europa Comunitaria. Hay un presidente que resiste, aunque los jueces diezmen su entorno, y un aspirante que desespera, Núñez Feijóo, porque exige elecciones ya. Pero la aritmética es inamovible: 176 diputados (la mitad más uno del Congreso) es pasaporte mínimo a la Presidencia. Lo demás es horrendo, hasta deprimente, pero emocional. Sánchez, quiere llegar al menos a principios del 2027. Salvo quiebra personal, lo intentará.
Informar desde la conmoción es cada vez más difícil. Hay una aceleración de la historia, casi diaria, que descarrila informativos y desafía la neutralidad de los periodistas que no dimiten, como algunos hacen, en favor de la propaganda difundida desde medios convertidos en trincheras.
Nadie lo resumió tan bien como el periodista ecuatoriano José Hernández, cuando habló, en la sesión de la AIL, de cuatro mutaciones que explican lo que sucede. La primera mutación es tratar de sustituir los hechos informativos por una narrativa favorable. Cambiar datos por relato. La segunda, arrinconar la legalidad amparándose en la legitimidad. (Claudia Sheinbaum alude a sus treinta y cinco millones de votos para gobernar a su antojo, arrollando incluso al poder judicial). La tercera mutación es hacer de la política una religión. O más que una religión, le matizaríamos, en una iglesia, con la fe ideológica vibrante y los algoritmos en el altar. Y la cuarta mutación es la decisión del poder político de contemplar y utilizar los medios, no como contrapunto crítico en la construcción democrática, sino como torres repetidoras de sus posiciones. Vale lo mismo para el Gobierno que para la oposición aspirante, país por país.
Hay más información que nunca, y llega al instante; pero la velocidad de difusión de las noticias y la complejidad de la trastienda de donde surgen, confunde y favorece la pérdida de contexto. Y todo, sin contexto, es más manipulable. Tiempos difíciles para contar.