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¿Qué exige educar? ¿Qué exige educar?

¿Qué exige educar?

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Tomasa Calvo

Todos aspiramos a ser felices y, a su vez, mayoritariamente asumimos que el binomio de la felicidad se reduce a amar y a ser amado. Luego, el amor debe ser el que guíe todas nuestras actividades. Por esto, no sólo el amor debe estar presente en la educación entre padres e hijos o entre profesores y alumnos, sino que educar debería empezar por enseñar a amar, ya que el amor siempre permanece, lo demás se desvanece. Siguiendo esta idea, cabe recordar lo que decía Aristóteles: “Educar la mente sin educar el corazón no es educación en absoluto”.

El amor tiene un papel central y transformador en la educación, tanto en la relación padres-hijos como profesores-alumnos. No solo es un componente afectivo, sino una base fundamental para el desarrollo integral, la motivación y el aprendizaje. El amor brinda a los hijos y alumnos seguridad emocional, lo que permite un desarrollo sano de su autoestima, confianza y manejo de emociones. Al sentirse amados, se sienten más valorados y capaces de afrontar sus retos.

Además, si el cariño está presente cuando los padres corrigen a los hijos, las correcciones o exigencias no se ven como un castigo, sino como una expresión del deseo de sus padres de que sean personas íntegras y de su cariño. También, los lazos afectivos fuertes y duraderos permiten una mejor comunicación y comprensión necesarias para educar.

En la relación de profesores y alumnos, mi experiencia me dice, y algunos antiguos alumnos me lo corroboran, que si un alumno se siente querido, valorado y respetado por su profesor, tiene una mayor motivación, participa y se esfuerza más, es decir, el amor facilita el aprendizaje. El cariño del docente crea un clima en el aula que facilita el proceso de enseñanza-aprendizaje y, también, reduce la ansiedad y la frustración escolar. Además, si un profesor cree en sus alumnos, la confianza de los alumnos se ve reforzada, la que hace que su desarrollo personal y académico mejore.

Otro de los cimientos de la educación de padres a hijos es la coherencia. El ejemplo de los padres influye tanto en el desarrollo emocional, como en la formación de valores y comportamientos de sus hijos. Los padres han de hacer lo que dicen para dar estabilidad emocional a sus hijos, quienes aprenden más por lo que ven que por lo que se les dice. Por ejemplo, si los padres predican el respeto, pero luego no se respetan entre ellos, su mensaje no es efectivo por ser contradictorio. Cuando los padres son coherentes entre lo que dicen, hacen y exigen, ganan respeto y credibilidad. La coherencia de los padres fortalece su autoridad, sin necesidad de autoritarismo. Además, la incoherencia puede llevar a los hijos a no saber qué es lo correcto, o incluso a manipular a los padres, aprovechando sus contradicciones.

Un entorno coherente permite que los hijos desarrollen su espíritu crítico al entender las consecuencias de sus acciones y los principios de su familia. Los hijos obedecen más cuando entienden que las normas son claras, constantes y justas. Con el ejemplo se logra que los hijos sean más responsables y más capaces de diferenciar el bien del mal no solo por obediencia, sino por comprensión.

Educar bien -ya sea como padre, madre, docente o cuidador-requiere, mucho más que conocimientos, una gran combinación de virtudes humanas y actitudes éticas que permiten guiar, acompañar y formar a otros con respeto y eficacia.

Además del amor y la coherencia, se requieren otras cualidades o virtudes para educar bien, como la paciencia que ayuda a no rendirse ante los errores y permite respetar el ritmo de aprendizaje de cada persona. Pero también, hay que ejercer la autoridad con firmeza y justicia, estableciendo límites claros sin perder el respeto ni la cercanía. Y, sin duda, los padres o educadores han de comprometerse con su labor y ser constantes, dedicando a cada hijo o alumno el tiempo que necesita, para mantener el rumbo incluso cuando los resultados se hacen esperar.

Una cualidad que nunca debe faltar, por ser la base de las demás, es la humildad de padres o profesores para reconocer que no saben de todo y que están dispuestos a aprender de los demás, e incluso de los hijos o alumnos. Esta cualidad permite aceptar los errores y corregirlos, lo que también educa.

También, añadiría el optimismo porque garantiza una actitud positiva a la hora de educar, impulsa las ganas de aprender y mejora la convivencia. Y, cómo no, la fortaleza para exigir, puesto que “educar es exigir”.

En resumen, educar bien es un acto de amor que requiere paciencia, coherencia, compromiso (...) y que hay ejercerlo, sobre todo, a través del ejemplo diario. El ejemplo es la mejor herencia que los padres o educadores pueden dar a sus hijos o alumnos. Los educadores saben, como decía Paulo Freire, que “la educación no cambia el mundo, cambia a las personas que van a cambiar el mundo”.