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Realidad virtual, mente y Neuralink:  lo “real” se vuelve programable Realidad virtual, mente y Neuralink:  lo “real” se vuelve programable
Imagen explicativa de la realidad virtual o no

Realidad virtual, mente y Neuralink: lo “real” se vuelve programable

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Alejandro Ibrahim

Si la realidad es lo que nuestro cerebro interpreta, la llegada de la realidad virtual y de las interfaces cerebro-máquina (BCI) nos obliga a replantear lo que entendemos por “mundo físico”. Biológicamente, la percepción es un proceso de traducción: fotones, ondas sonoras y estímulos táctiles se convierten en impulsos eléctricos que el cerebro organiza en una representación interna. En ese sentido, vivimos permanentemente en una realidad construida. La realidad virtual solo hace explícito algo que el cerebro ya hace: fabricar experiencias a partir de señales.

Vemos lo que interpretamos y a partir de ahí el cerebro codifica y nos transmite sensaciones que pueden ser incluso soñadas, toda realidad viene de señales que pueden ser o no de objetos “reales”, sin entrar en cuestiones filosóficas, lo real no deja de ser una ilusión del cerebro.

La neurotecnología avanza ahora un paso más: no solo simula señales externas -como hace la Realidad Virtual-, sino que puede leer y, potencialmente, escribir señales directamente en el cerebro. Neuralink, la empresa fundada por Elon Musk, trabaja en implantes cerebrales que registran la actividad neuronal con alta densidad de electrodos y la transmiten a sistemas externos para interpretar intenciones motoras o comunicativas. Su objetivo declarado es, en primera instancia, ayudar a personas con parálisis a controlar dispositivos mediante el pensamiento. Esta capacidad ilustra que lo que llamamos “real” puede convertirse en una interfaz manipulable.

Los experimentos clásicos en neurociencia ya mostraban que el cerebro no es un espejo fiel del mundo. En el experimento de la mano de goma, al sincronizar caricias en una mano real oculta y en una mano artificial visible, el cerebro llega a incorporar la mano de goma como parte del propio cuerpo; la amenaza a esa mano falsa provoca reacciones emocionales reales. Del mismo modo, las ilusiones ópticas demuestran que el cerebro interpola información para producir una percepción coherente que a menudo difiere de los datos físicos. Estos fenómenos nos recuerdan que la experiencia consciente es una construcción y no una copia directa del mundo.

Neuralink y tecnologías similares llevan esta idea al terreno práctico. La compañía ha iniciado ensayos en humanos con pacientes con parálisis, buscando demostrar que sus implantes permiten controlar ordenadores y dispositivos con la actividad cerebral. En estos sistemas, la señal neuronal es registrada por microelectrodos implantados, procesada por un chip que traduce los patrones eléctricos en comandos, y enviada a un ordenador o dispositivo externo. Así, la “representación interna” de la acción -por ejemplo, la intención de mover un cursor- se convierte en un evento real en el mundo digital.

Un ejemplo reciente ilustra el punto: participantes en pruebas han logrado manejar un cursor o un móvil mentalmente tras el implante, sin necesidad de mover físicamente sus extremidades. Esto confirma que la frontera entre experiencia interna y acción externa puede borrarse mediante tecnología. Si antes un pensamiento activaba músculos para escribir en un teclado, ahora puede activar píxeles en una pantalla sin intermediarios musculares.

Esta capacidad tiene implicaciones profundas para un análisis: si nuestras experiencias (dolor, placer, visión) son patrones interpretativos del cerebro, y si una empresa puede leer y modular esos patrones, entonces la “realidad” se vuelve algo parcialmente programable. Ya hoy, la realidad virtual se usa con fines terapéuticos: pacientes con quemaduras graves han usado entornos inmersivos donde un mundo helado en el que interactúan con bolas de nieve virtuales, reduciendo significativamente su percepción de dolor durante procedimientos médicos. Neuralink y otras BCI amplifican esa posibilidad, permitiendo bloquear o desviar señales, o traducir intenciones en comandos digitales, e incluso estimular áreas que modulan emociones y recuerdos.

Sin embargo, el avance trae interrogantes éticos y de seguridad inevitables. Neuralink ha enfrentado escrutinio regulatorio y críticas por el trato a animales en fases de desarrollo. Más allá de las preocupaciones técnicas -migración de electrodos, biocompatibilidad, extracción segura-, surgen dilemas sobre privacidad mental, control y posibles alteraciones indeseadas de la identidad personal. Si se pueden registrar pensamientos, ¿quién garantiza que no se almacenen o manipulen sin consentimiento?

Aun así, el potencial médico es enorme: restaurar movilidad a personas con lesiones medulares, devolver comunicación a quienes han perdido el habla, o crear prótesis controladas con el pensamiento. Incluso podría abrir la puerta a nuevas formas de interacción con la tecnología, fusionando la experiencia mental y la digital hasta un punto en que la distinción pierda sentido.

Volviendo a la pregunta central: ¿existe realmente un mundo físico independiente? Incluso si aceptamos que algo “ahí fuera” provoca nuestras sensaciones, la única realidad accesible es la que nuestro cerebro construye. Neuralink, la RV y los experimentos sensoriales no invalidan la existencia de objetos externos, pero sí demuestran que la experiencia -la realidad vivida- es maleable y, en ciertos casos, técnicamente ya podemos intervenir.

En última instancia, un atardecer en la playa y una escena inmersiva en un visor, o una intención traducida por un chip en un cursor, son variaciones de un mismo hecho: impulsos neuronales interpretados por un sistema que llamamos mente. La neurotecnología, al permitir modificar y generar esas experiencias de forma directa, reabre preguntas sobre identidad, libre albedrío y lo que significa “ser” en un mundo cada vez más entrelazado con máquinas.

Quizá, dentro de unas décadas, mirar atrás y diferenciar entre lo “virtual” y lo “real” resulte tan anticuado como diferenciar entre una carta escrita a mano y un correo electrónico: ambos transmiten significado, ambos generan reacciones, y ambos existen únicamente en la mente de quien los experimenta.

Ya tenemos nuevos métodos de comunicación entre la mente y la máquina … y la realidad virtual nos desarrolla nuevos mundos.