

En Villafranca del Campo se viven estos días los preparativos organizativos del homenaje que el próximo 28 de junio se rendirá a dos hijos del pueblo que murieron jóvenes, dos pilotos de combate que perdieron la vida en acto de servicio en 1984 y 1998, tal y como ha publicado este periódico recientemente.
Que en esta localidad del Jiloca, eminentemente agrícola y ganadera, dos chicos, apenas separados por una década de vida, decidiesen optar por una profesión altamente cualificada y que requiere una formación muy específica y costosa, y que ambos muriesen en sendos accidentes de trabajo, no deja de ser una trágica casualidad. Demasiado tiempo ha transcurrido a mi juicio desde que sucedió todo, pero nunca es tarde para que el pueblo de donde procedían escenifique un reconocimiento perpetuo a su memoria y a lo que consiguieron en su corta vida profesional.
Gonzalo Gracia, piloto de un Phantom del Ejército del Aire y Ángel Marco, a los mandos de un Harrier AV-8B de la Armada Española, fueron dos chicos que disfrutaron con sus contemporáneos de los beneficios de la vida rural, término que en su época no se glorificaba nada, y se lastimaron las rodillas en las calles y en las eras jugando a lo que se jugaba entonces, como todos. Fueron chavales recordados por todos, sus muertes fueron lloradas y sentidas de una manera que ahora no se recuerda casi porque muchas de las personas que les vieron crecer y volar, en el sentido más literal de la palabra, ya no están. Sin embargo, todavía estamos aquí algunos que los recordamos, o bien de niños o de la juventud más exhultante. Por eso es tan importante el acto previsto para el 28 de junio, por su simbolismo, por todo lo que significa recordar el empeño, el esfuerzo y la ilusión de dos chicos que emprendieron unas carreras brillantes cortadas de raíz por la fatalidad.
Los pueblos necesitan héroes y los escasos jóvenes que ahoran habitan las calles de Villafranca deben saber que no hace tanto, dos chicos de allí tocaron el cielo antes de morir, cual argumento de las películas actuales.
Que en esta localidad del Jiloca, eminentemente agrícola y ganadera, dos chicos, apenas separados por una década de vida, decidiesen optar por una profesión altamente cualificada y que requiere una formación muy específica y costosa, y que ambos muriesen en sendos accidentes de trabajo, no deja de ser una trágica casualidad. Demasiado tiempo ha transcurrido a mi juicio desde que sucedió todo, pero nunca es tarde para que el pueblo de donde procedían escenifique un reconocimiento perpetuo a su memoria y a lo que consiguieron en su corta vida profesional.
Gonzalo Gracia, piloto de un Phantom del Ejército del Aire y Ángel Marco, a los mandos de un Harrier AV-8B de la Armada Española, fueron dos chicos que disfrutaron con sus contemporáneos de los beneficios de la vida rural, término que en su época no se glorificaba nada, y se lastimaron las rodillas en las calles y en las eras jugando a lo que se jugaba entonces, como todos. Fueron chavales recordados por todos, sus muertes fueron lloradas y sentidas de una manera que ahora no se recuerda casi porque muchas de las personas que les vieron crecer y volar, en el sentido más literal de la palabra, ya no están. Sin embargo, todavía estamos aquí algunos que los recordamos, o bien de niños o de la juventud más exhultante. Por eso es tan importante el acto previsto para el 28 de junio, por su simbolismo, por todo lo que significa recordar el empeño, el esfuerzo y la ilusión de dos chicos que emprendieron unas carreras brillantes cortadas de raíz por la fatalidad.
Los pueblos necesitan héroes y los escasos jóvenes que ahoran habitan las calles de Villafranca deben saber que no hace tanto, dos chicos de allí tocaron el cielo antes de morir, cual argumento de las películas actuales.