El primer día tras las Fiestas del Ángel muchos lo han bautizado como el día de la Resaca. En otras ciudades con fiestas parecidas lo denominan el día de las lavadoras (por lo que las hacen trabajar) o el de los despistados tal vez por descubrir en las calles solitarias la única presencia de alguno que piensa que las fiestas no tienen fin.
Cuando pensaba en el “Día de la Resaca”, me acordé de lo que creo que hemos oídos muchos cuando éramos mozos. Los padres, tras una noche de cena y diversión, solían despertarnos temprano a los hijos “parraderos”, inculcando que si hay fuerzas para trasnochar, también debería haber fuerzas para madrugar y trabajar.
Con un tirón de sábanas e izado de persianas quedaba todo arreglado. Creo que ahora ya no se dice tanto, son muchos los padres que dejan dormir a sus hijos en un afán protector, hasta que lo deseen. Bueno, los tiempos pasan y cada época tiene sus peculiaridades.
Sea como fuere, las fiestas son una oportunidad de hacer vida social, divertirse, hacer nuevos amigos e incluso es tiempo para descansar, aunque no siempre es así. Pero me quedo con lo positivo, con el ambiente de camaradería, con el apretón de manos, y el abrazo a los que no hemos visto desde hace tiempo. Es también un momento para compartir y vivir, de procurar que los amigos se diviertan sin necesidad de recurrir a lo que algunos consideran indispensable, a respetar a los demás olvidando las diferencias y las enemistad.
La fiesta es algo intrínseco a la naturaleza del hombre, quienes lo niegan se olvidan de una parte fundamental de nuestra especie, del modo en que nos relacionamos entre nosotros, y de cómo festejamos y nos alegramos ante los buenos resultados de unas cosechas, un negocio o algo que nos ha producido alegría y satisfacción. Se celebran las cosas buenas que nos ocurren, los éxitos, las buenas noticias, y siempre se procura que sea en compañía de aquellos que nos quieren, los que nos aprecian y respetan.
Una fiesta con enemigos es un infierno. Tener que mirar a diestro y siniestro para comprobar que nadie nos quiere apuñalar o dar un bofetón, es un tormento. Cuando uno no va a estar a gusto es mejor hacer la maleta y pasar unos días en la playa o en la montaña.
La suerte que tenemos algunos es que no odiamos a nadie, aunque pueda haber personas que no nos quieran mucho. Bueno, tengo que rectificar, me reafirmo en que no tengo enemigos, pero considero que los niños que encienden petardos, son unos petardos y me causan disgusto, aunque me reafirmo en que no los odio, igual que algunos padres que parece que no tienen miedo a que sus hijos pierdan uno de sus dedos.
En fin, que no quería abrumarles con recomendaciones sobre el uso de petardos, ni pretendo dar lecciones de nada, sólo desearles que tengan un bonito día de resaca o de lavadora.