Síguenos
Los Deberías… y otras formas de sufrir Los Deberías… y otras formas de sufrir

Los Deberías… y otras formas de sufrir

banner click 244 banner 244
Grupo Psicara
Por Noelia Ferrer Ber

Bienvenidos y bienvenidas al Rincón de la Psicología, un espacio donde todos los miércoles, las psicólogas y psicólogos de PSICARA abordamos temas y curiosidades relacionadas con la Psicología. En el artículo de hoy vamos a hablar sobre ciertos mensajes que podemos lanzarnos constantemente y del potencial daño que pueden causarnos.   

“Debería esforzarme más”

 “Esto no me debería afectar así”  

“Debería adelgazar”

“Debería aprender a poner límites”

“Debería quererme mejor”

“Deberías hacer más deporte”

“Deberías salir más” “o menos”

Los “debería” pueden ser más fáciles de detectar, pero hay otros mensajes que pasan aún más desapercibidos:
“Tendría que habérmelo pasado mejor”

“Soy demasiado llorón/a”

“No hagas el ridículo”

“Hoy no me ha cundido nada”

“No he sido suficiente productivo/a”

“Si cambio mi cuerpo, todo irá mejor”

“No soy suficiente”

Puede ser que algún lector o lectora sienta que estos pensamientos están presentes en su vida. Desde el incansable número de veces que puede aparecer el “debería” a lo largo del día hasta la sensación de que hagas lo que hagas, parece que haya algo malo en uno mismo, sintiendo que nada es suficiente. Los mensajes de nuestra cabeza pueden parecer una crítica constante.

Lo cierto es que si estas afirmaciones existen es porque pretenden cumplir alguna función. Seguramente, la intención sea hacernos mejorar, aumentar el éxito y reducir los errores y, en pequeñas dosis, lo consiguen. Aun así, en muchos casos, aparece una parte disfuncional cuando la vida se colapsa con “deberías” y mensajes invalidantes, que no nos permiten crecer y nos mantienen en una crítica continua hacia uno mismo. Se convierten en reglas autoimpuestas, muchas de ellas, imposibles de cumplir.  Te pongo un ejemplo.

Tu compañera de trabajo te ha dejado un libro de bolsillo que le encantó y te lo llevas a un viaje en AVE para aprovechar el ratito para leer. Cuando llegas a tu destino, recoges rápidamente tus cosas, y metes el libro en la mochila. Al llegar al hotel, te das cuenta de que has arrugado la tapa del libro y que, además, se ha manchado con restos de comida. “¡Qué vergüenza! ¡Qué va a pensar de mí! No me dejará nunca nada más, y ahora, ¿cómo se lo devuelvo?, debería ser más cuidadoso/a, debería haber tenido más cuidado, siempre hago lo mismo, soy un desastre, ya sabía yo que no tenía que coger prestado el libro, igual lo mejor es que no se lo devuelva, normal que no confíen en mí…”.

La función de estos mensajes es conseguir que la situación no se vuelva a repetir, es decir, que la próxima vez puedas tomar más más precauciones. Aunque la sensación de culpa se queda incrustada en nuestro interior, nos sentimos muy mal y empezamos a rumiar sobre el episodio, sin buscar una solución, solo nos echamos en cara el no haber tenido cuidado. Y en el bucle, podemos no saber cuando parar, no llega el fin. Estamos dándonos con un látigo.   

Ante el mismo ejemplo, otro camino que podemos elegir es: “Jo, qué rabia me dan estas cosas. He salido muy deprisa y eso me ha hecho no tener en cuenta que el libro se podía arrugar y manchar. ¡No he caído en ese momento! Ya sé que para otro viaje me prepararé un poco antes de llegar. Y en cuanto al libro, para reparar el daño, puedo comentarle lo que me ha pasado y comprarle otro libro, e incluso escribirle una dedicatoria. Este ejemplar me lo quedaré para mí, que tengo alguna persona en mente que seguro que le gustaría. Además, ya sabemos que estas cosas pueden pasar”. Una autocrítica mucho más sana, ¿no crees?

Una narración diferente del mismo hecho. En la primera opción, te castiga por los errores del pasado, genera mucha frustración, ya que no se puede cambiar. También decepción con uno mismo. Te deja en evidencia y se centra en lo “mal que lo has hecho” , y aumenta las posibilidades de renunciar a que te presten otro libro o cualquier otro objeto y evitar así el malestar.

En cambio, la segunda opción se centra en el deseo de mejorar. Una narración que no te deja en un bucle de culpa y sí fomenta el cambio y busca una solución, mira hacia adelante. No te invalida, ni te deja anclado/a en el pasado con “el debería” haber hecho. Es amable, se centra en lo positivo y saca un aprendizaje concreto de la situación. Da sensación de esperanza, ya que la próxima vez que lleves algo importante, solo tienes que darte más tiempo para recoger las cosas. La persona volverá a coger un libro prestado.

Mientras inviertes el tiempo en “machacarte” y culpabilizarte, dejas de buscar otra forma de gestionar el malestar. ¿A dónde diriges tus esfuerzos? Te animo a que puedas empezar a transitar por este segundo camino ya que, ¿quién no ha cometido un error?