El efecto cuñado: cuando en la cena de Nochevieja hay alguien que parece saber de todo
Bienvenidos y bienvenidas al Rincón de la Psicología, un espacio donde todos los miércoles, las psicólogas y psicólogos de PSICARA abordamos temas y curiosidades relacionadas con la Psicología.
Hoy es 31 de diciembre. Último día del año. Momento de balances, propósitos… y de comidas familiares donde, inevitablemente, alguien acaba explicando cómo funciona realmente la economía mundial, la educación de los hijos, la política internacional o la psicología humana. Sin dudar. Sin matices. Sin haber leído mucho sobre ello.
Bienvenidos, una vez más, al efecto Dunning-Kruger, también conocido en la cultura popular como efecto cuñado. Spoiler: no va (solo) del cuñado. Va de todos nosotros.
¿Qué es el efecto Dunning-Kruger?
Hace un tiempo ya hablamos de este sesgo cognitivo: la tendencia que tenemos a sobreestimar nuestras capacidades cuando sabemos poco, y a subestimarlas cuando sabemos mucho. David Dunning y Justin Kruger lo describieron a finales de los 90, mostrando algo tan humano como inquietante: la ignorancia no solo nos limita, sino que además nos impide darnos cuenta de que estamos equivocados. Y es un tema muy apropiado para estas fechas, en el que seguro que coincidiremos sobre alguien que va sentando cátedra sobre todo lo que habla. Y es que el efecto cuñado no es solo un problema de conocimiento. Es, sobre todo, un problema de seguridad mal colocada.
Cuando la confianza va por delante del conocimiento
Idea clave: la seguridad no siempre indica competencia.
Uno de los hallazgos más relevantes de Dunning y Kruger no fue solo que los menos competentes se sobrevaloraran, sino por qué lo hacían: les faltaban las habilidades necesarias para detectar sus propios errores. En otras palabras: si no sabes, tampoco sabes que no sabes.
Esto explica por qué alguien puede hablar con absoluta convicción sobre un tema complejo tras ver un vídeo de tres minutos, leer un titular o escuchar a alguien “que sabe mucho”. No hay mala intención. Hay una mezcla explosiva de: información parcial, exceso de confianza y necesidad de sentir control y coherencia. Y aquí la psicología tiene algo importante que decir.
El efecto cuñado como “mecanismo de defensa”
Creer que entendemos el mundo es tranquilizador. La duda incomoda. La ambigüedad agota. Reconocer que un tema nos supera nos hace sentir en una posición vulnerable. Así que, de manera automática, y sin darnos cuenta, muchas veces preferimos una explicación simple, clara… aunque sea errónea.
Desde este punto de vista, el efecto cuñado no es solo un sesgo cognitivo, sino también una especie de mecanismo de defensa que: reduce la ansiedad, aumenta la sensación de control y refuerza la identidad personal. El problema aparece cuando esta falsa seguridad se convierte en resistencia a aprender, a escuchar o a revisar creencias.
¿Por qué nos molesta tanto el cuñado?
Confesión incómoda: porque es más fácil verlo fuera que dentro.
Curiosamente, el efecto Dunning-Kruger nos resulta evidente… en los demás. Detectamos rápido al que opina sin saber, al que simplifica en exceso, al que pontifica. Pero rara vez aplicamos el mismo filtro hacia dentro. Esto ocurre porque confundimos convicción con conocimiento, valoramos más la seguridad al hablar que la calidad del argumento y nos cuesta tolerar o admitir el “no lo sé”.
Y, seamos honestos, porque ver el sesgo en otros nos coloca momentáneamente por encima, lo cual también resulta bastante agradable.
Cuanto más sabes, más dudas
Paradoja psicológica: la competencia real suele venir acompañada de cautela.
Uno de los aspectos menos conocidos (y más bonitos) del efecto Dunning-Kruger es lo que ocurre en el otro extremo: las personas con más competencia tienden a infravalorarse. No porque sepan menos, sino porque saben lo suficiente como para: reconocer la complejidad, detectar los matices y ser conscientes de lo que aún desconocen. La duda, en este caso, no es ignorancia. Es señal de profundidad. Por eso, paradójicamente, quien más sabe suele hablar con más cautela… y quien menos sabe, con más rotundidad.
Un propósito psicológico
para el nuevo año
Propuesta sencilla (y poco instagramable): pensar antes de sentenciar. Tal vez este 31 de diciembre no haga falta proponerse ir al gimnasio, aprender inglés o comer más sano (otra vez). Quizá baste con algo más humilde y más transformador: dudar un poco más de lo que creemos saber. Preguntarnos: ¿de dónde viene esta opinión?, ¿qué información me falta?, ¿estoy abierto a cambiar de idea? No para callarnos, sino para pensar mejor.
Porque en psicología, como en la vida, la duda también es una fortaleza. El efecto cuñado no se elimina. Se reconoce. Aparece en la mesa de Navidad, en redes sociales, en debates profesionales… y, sí, también en consulta. Porque nadie está libre de sesgos. Ni siquiera quien escribe este artículo.
Quizá el verdadero antídoto no sea saber más, sino recordar que siempre podemos estar equivocados.
Y eso, lejos de debilitarnos, nos hace un poco más sabios (y humanos).
Feliz cierre de año.
