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España liderando un ranking mundial: el del consumo de tranquilizantes España liderando un ranking mundial: el del consumo de tranquilizantes

España liderando un ranking mundial: el del consumo de tranquilizantes

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Grupo Psicara

Por Jessica Esteban Arenas

Bienvenidos y bienvenidas al Rincón de la Psicología, un espacio donde todos los miércoles, las psicólogas y psicólogos de PSICARA abordamos temas y curiosidades relacionadas con la Psicología. Hoy ponemos encima de la mesa una realidad ante la que es inevitable sentir gran preocupación e impotencia: el consumo de tranquilizantes.

Hace unos meses, los medios nos transmitían la noticia de que nuestro país era el primero de Europa y del mundo con un mayor consumo de benzodiacepinas, un medicamento incluido dentro del grupo de los hipnosedantes (también comúnmente conocidos como “tranquilizantes”). Generalmente son recetados dado su efecto ansiolítico (reduce la agitación y ansiedad), hipnótico (induce y mantiene el sueño) y relajante muscular.

La Encuesta del Plan Nacional sobre Drogas (2022) concluye que el 23,5% de la población entre 15 y 64 años reconoce haber tomado alguna vez en su vida hipnosedantes con o sin receta médica. Pero… ¡esto no para! Comparando los resultados con años anteriores, se puede observar que continúa la tendencia creciente desde el año 2005, año en el que se registró un 8,7%. De la misma manera, los consumos en el resto de los tramos temporales evaluados (últimos 12 meses, últimos 30 días y a diario) constatan un crecimiento progresivo en los niveles de prevalencia, alcanzando los máximos de la serie. Otro dato que debe encendernos las alarmas es que un 7,2% de la población los consume a diario.

Datos

Según los datos obtenidos por la Junta Internacional de Fiscalización de Estupefacientes (JIFE), se estima que en 2020 se consumieron en España casi 110 dosis diarias por cada 1.000 habitantes, cuando lo que los profesionales recomiendan es no sobrepasar el umbral de 40 dosis diarias. Nosotros casi las triplicamos... A las cifras de España, se acercan Bélgica (84 dosis diarias) y Portugal (80), y de las que quedan lejísimos, por ejemplo, países como Alemania (0,04 dosis diarias).

Atendiendo a la edad media de inicio en el consumo de estos fármacos suele ser en torno a los 35 años. En cuanto al género, las mujeres son las que más consumen estos fármacos. ¿A qué puede deberse esto? Algunas hipótesis nos llevan a pensar en la influencia de los estereotipos de género que tiñe nuestra sociedad. En lo que respecta a nosotras, se nos atribuye una mayor facilidad para expresar cómo estamos. También, a día de hoy, trabajamos dentro y fuera de casa, lo que hace que en determinados momentos llevemos un ritmo de vida insostenible. En cuanto a ellos, el estereotipo social de “hombre fuerte” se desmontaría al reconocer que tienen dificultades y necesitan ayuda.

¿Cuáles son los motivos por los que nuestro país encabeza este ranking?

Los expertos coinciden en apuntar a varios factores. Por un lado, ponen el foco en las deficiencias de los recursos humanos del Sistema Nacional de Salud. En España faltan psicólogos en atención primaria: hay una ratio de 6 psicólogos clínicos por cada 100.000 habitantes, mientras que la media de la Unión Europea es de 18. Esto provoca una saturación en el sistema y en los profesionales, creando largas listas de espera, llegando a dar citas con hasta cinco meses de retraso. Dada esta demora, buscamos otras alternativas más accesibles y rápidas como acudir al médico de familia. Desde aquí nos pueden prescribir tranquilizantes sin necesidad de derivarnos a un especialista en salud mental. Además, a pesar de ser fármacos que solo se dispensan con receta médica, la administración es totalmente autónoma.

¿Nos paramos a pensar en cómo puede influir en esto el ritmo de vida que llevamos? Seguimos un ritmo acelerado, vamos atropellados en el día a día conciliando trabajo, estudios, deporte, actividades de ocio, vida de pareja, familiar y social y un sinfín de quehaceres más. Las presiones por llegar a todo. Las expectativas de cómo llegar a ese todo, tanto las propias como las externas. Vivimos en una sociedad basada en la inmediatez, donde la paciencia queda en un segundo plano. Damos por hecho que todo es para ya mismo y requerimos la respuesta inmediatamente, descartando lo que tarda o nos hace esperar. Todo esto fomenta que, como sociedad, presentemos una baja tolerancia al malestar, generando un caldo de cultivo interesante para la gestación de problemas de salud mental relacionados con el estrés y la ansiedad.

Sentirse mal


¿A quién le gusta sentirse “mal”, entendiendo por “mal”: frustrado, irritado, agotado, agobiado…? Nadie en su sano juicio elegiría estar así. Por esta razón, cuando experimentamos este malestar, buscamos la manera de quitárnoslo rápido. Los fármacos y otras sustancias (cocaína, alcohol, anfetaminas, etc.) nos ayudan a ello y a vivir anestesiados de esas sensaciones desagradables a corto plazo. Es algo rápido con lo que enseguida notamos cómo mejoran los síntomas. También es mucho más rápido que realizar un tratamiento psicológico en el que ir indagando hasta descubrir la raíz del problema. En terapia nuestro papel es mucho más activo y supone nuestra implicación y aceptación de que ese malestar nos acompañará en muchos momentos.

Pero al igual que con sustancias como la marihuana o la heroína tenemos claro que generan adicción, ¿pensamos que este tipo de fármacos también pueden engancharnos? Generalmente no, cuando en realidad también tienen un potencial adictivo. Generan una dependencia, que es sobre todo psicológica, y en ese momento generan el efecto opuesto al inicial. Pensamos que no tenemos más remedio que tomar pastillas para dormir, para no estar nerviosos, para no tener un ataque de pánico. Y si no las tomamos, no dormimos, porque ya tenemos generado un síndrome de abstinencia. Nuestro cuerpo se acaba habituando a ello y, como sucede con todas las drogas, el consumo prolongado y la dependencia acarrean una serie de consecuencias y efectos secundarios importantes. Y finalmente, lo que pensábamos que iba a ser la solución, se convierte en un nuevo problema añadido al que ya teníamos.

Con este artículo no trato de estigmatizar el consumo de tranquilizantes, ya que hay casos en los que son necesarios y prescritos por un médico experto en la materia. Es importante tener en cuenta que el objetivo de su administración no es calmar o hacer desaparecer el síntoma, sino la duración de este tratamiento farmacológico. ¿Qué quiero decir con esto? Que al igual que hay una fecha de prescripción en la que se inicia el tratamiento, también tiene que haber un seguimiento y una fecha de finalización. No se puede recetar y olvidarnos de ello. También es importante complementarlo con tratamiento psicológico para ir al origen del síntoma: indagar en lo que lo ha causado, en lo que lo está manteniendo, descubrir qué estresores no estamos sabiendo manejar, trabajar los recursos psicológicos a los que puedo recurrir para afrontar las situaciones que me generan ese malestar, etc. Y aunque, por lo general, ser los primeros en algo siempre gusta, en este caso, a mí personalmente, no me hace sentir muy orgullosa de este galardón.