Por Beatriz Gonzalvo Iranzo
Bienvenidos y bienvenidas al Rincón de la Psicología, un espacio donde todos los miércoles, las psicólogas y psicólogos de Psicara abordamos temas y curiosidades relacionadas con la Psicología. Hoy abrimos la puerta a la reflexión y el descubrimiento de lo que somos o quizás, de lo que fuimos.
Cada ser humano posee unos rasgos distintivos que lo diferencian del resto. Somos únicos precisamente porque nos destacamos por unos atributos individuales que caracterizan nuestra forma de vivir y orientan nuestro camino hacia delante. Entre ellos, nos encontramos con los patrones que hemos ido desarrollando con la intención de adaptarnos a las vicisitudes que la vida nos interpone por el camino (desde grandes dificultades vitales hasta peculiaridades cotidianas).
Sería interesante, ahora que nos encontramos en el comienzo de la lectura, que aprovechases para hacer una mirada introspectiva y reflexionar sobre cuáles son esos patrones que te caracterizan, o esos rasgos que te hacen único y especial. Y sin duda, valioso.
Si queremos continuar por el camino de una regulación óptima de nuestra vida, es parada imprescindible conocernos, descubrirnos, dar respuesta a la reflexión. Para entonces revisar si hay que hacer algún ajuste para que nuestra vida se desarrolle de forma satisfactoria.
Te lanzaré una segunda reflexión para continuar con la lectura; esas características que has detectado que te acompañan, ¿te funcionan? ¿facilitan tu vida y la de las personas de tu alrededor? ¿te ayudan a dirigirte hacia el camino valioso para ti?
Esos rasgos que hoy en día nos caracterizan vienen, en gran medida, determinados por la experiencia e historia vital que nos haya acompañado, por nuestro pasado.
A veces, esos patrones nos resultan funcionales y totalmente adaptativos a la situación que vivimos. En otras ocasiones, los mecanismos que nos permitieron sobrevivir y, por lo tanto, eran funcionales en esa situación abrumadora pasada, ahora se presentan en contextos diferentes dejando de ser funcionales y pasando a ser recursos disfuncionales que entorpecen y dificultan nuestra vida. Y, por lo tanto, hay que hacer limpieza y restauración de viejos patrones. Pero aquí es donde nos encontramos con una de las primeras dificultades, nos cuesta abrir la puerta de lo doloroso, de lo que fue, de lo que no nos gusta y nos genera malestar.
Y es una pena que, puestos a hacer limpieza de viejos patrones, conductas, creencias heredadas y sensaciones que se quedaron atrapadas a experiencias pasadas, no hagamos limpieza general, vaciemos los armarios y cajones, y nos deshagamos de todo lo que ya no nos pertenece. Igual de relevante es recuperar aquellos aspectos de nosotros que tenemos olvidados, escondidos o rechazados como soltar los modelos antiguos, reglas familiares, consignas, costumbres que no compartimos ni decidimos y recuerdos dolorosos que siguen interfiriendo en nuestra vida. Necesitamos ser conscientes y descubrir los patrones que nos acompañan para que podamos decidir si los queremos con nosotros y comprobar si siguen funcionando para que, en caso contrario, los podamos desbloquear y trasladar al almacén, de la misma manera que colocamos una vieja foto en el álbum de los recuerdos. Completar ese álbum nos llevará a escribir una historia completa de nuestra vida, con todos sus capítulos y así, verla con distancia, con perspectiva. Generar entonces una nueva narrativa sobre nuestra historia que dará luz a muchos aspectos que hasta entonces habíamos entendido parcialmente, como si hubiésemos analizado las piezas del puzle juntando algunas e intuyendo qué imagen formaban. Ahora, esa imagen de nosotros se irá dibujando amplia y conjuntamente. Unos recuerdos que se convierten en lo que son, experiencias que fueron (y ya no están), aprendizaje, que nos ha traído hasta el momento en el que nos encontramos y nos ha hecho ser como somos.
Cuando no observamos ni trabajamos con las experiencias duras de nuestra historia, no solo estamos dejando que influyan en nuestra vida actual y en nuestro futuro de forma descontrolada sino que, en cierto modo, estamos abandonando al niño que fuimos o a la persona que éramos mientras se producía todo aquello, atrapada en las sensaciones y la situación de aquel momento. Necesitamos recuperar esa parte para crear una narrativa completa y con sentido, un álbum al que poder mirar y comprender.
En ocasiones, cuando el pasado que nos acompaña contiene numerosos eventos desagradables y desgarradores, errores o autoengaños, es fácil caer en la creencia de que «nada sirve» y que toda esa mochila que cargas a tus espaldas es una especie de condena que arrastrarás el resto de tu vida. Pero nada más lejos de la realidad, son precisamente todos esos errores y fracasos los que se pueden convertir en abono que nutra nuestra tierra. Como en el mito de Heracles a quien Euristeo manda limpiar los establos del rey Augias. Todo el estiércol retenido, al ser arrastrado por la corriente fluvial que Heracles desvía, se convierte en limo fertilizante que hace mucho más productivos los campos que riega.
Nos cuesta abrir cajones que contienen dolor. Pero digamos que el camino para que el pasado deje de condicionar negativamente nuestro presente es justo al revés de lo que imaginábamos. No se consigue dejándolo atrás y echándonos a correr para que nuestros recuerdos no nos alcancen, enterrándolos muy adentro de nosotros. Más bien observando lo que somos, aceptando y abrazando (nos), reconciliándonos con lo que fuimos en otras etapas, entendiendo lo que hicimos y lo que no pudimos hacer. Sabiendo que hicimos lo que pudimos con lo que teníamos.
Podremos, entonces, mirar el recuerdo sin olvidarnos de que estamos aquí, en otra etapa, que hemos aprendido cosas y que la situación y, sobre todo, nosotros somos diferentes. El adulto que ahora somos se reencontrará con la persona que fuimos, miraremos el ayer desde la perspectiva del ahora. Con una mirada de comprensión, sin juicio alguno, abierta a entender todo lo que sucedió y emprendiendo este viaje para mirarnos con unos ojos nuevos, con los nuestros, más sabios. Rescatando a nuestro yo del pasado, que se quedó viviendo por siempre en aquel momento y trayéndole al presente, en el que empiezan a abrirse nuevas posibilidades.